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Mostrando entradas de marzo, 2018

Sobre los escritores.

Escribir es posiblemente la tarea más fácil del mundo. Al contrario que en otros oficios, como el de carpintero, maestro, basurero, prostituta o catador de aceites, escribir parece no necesitar una técnica, y eso que se supone que es arte. Cualquier persona, cualquiera, puede escribir, y muchas lo hacen. ¿Qué más da no saber puntuar? ¿Qué más da no saber conjugar? La gente sólo tiene que sentarse sola, frente al ordenador, papel o máquina, y teclear no sé qué mierda sin tildes ni gracia, y ya se llama escritor, y la gente le llama escritor, y a veces hasta la crítica le llama escritor. Claro, es que es escritor. No hay médicos que no sepan medicina, y si hay alguno, está mal visto; no hay jueces que no sepan de leyes, aun cuando casi ninguno hace justicia; no hay camellos que no conozcan su oficio, ni traperos que no tengan qué aprender y que mucho han aprendido. Sin embargo, hay escritores que no saben escribir ni leer, es más, creen que por saber leer saben leer, y esto les

Un soldado de Cannae.

Ocho legiones enteras había mandado Roma. Los muy insensatos, asustados ya por la cercanía de Aníbal, habían juntado tantas legiones como nunca antes habían unido; dos cónsules, Varrón y Emilio-Paulo, se alternaban diariamente al mando del inmenso ejercito. Estúpidos. Los muy insensatos estaban allí, frente a nosotros; unos ochenta mil hombres. Lo miramos, acongojados al principio, desde la lejanía, contemplando como inexorablemente se acercaban a nosotros. Sólo una cosa nos mantenía allí, mirando a la muerte acorazada con el corazón prieto y el pulso acelerado: nuestro general. Aníbal, el mayor general del mundo, nos lideraba; Aníbal, que cruzó los Alpes contra todo pronóstico y que mantenía atemorizada a Roma; Aníbal, el mayor héroe de Cartago, y del mundo. Sólo tendríamos que matar a dos enemigos cada uno, y ganaríamos la batalla. El beneficiado por la gracia de Baal miraba incrédulo las tropas enemigas y daba ordenes sin pausa; las unidades mercenarias iberas y galas fui

Un Poco de Risa (Cap.1, parte 2)

Hoy os hablaré del día que me trajeron el FIFA. Yo apenas tenía unos trece años, y aunque hacía tiempo que la play había salido, hasta entonces no me la compraron. Por supuesto, me encantó, pero claro, yo era un niño testarudo y mezquino, y además, un tanto capullo. Y claro, fue perder un partido y, en la pared, dejé mi puño escrito; a cada gol, pateaba en suelo, y con cada falta que me pitaban, gritaba. Además, como era tonto, aunque no sabía jugar, me lo ponía en la dificultad más elevada, y las tundas que me llevaba sólo eran equiparables a los golpes que a la pared asestaba. Al final, cuando me partí la mano, mi padre me dio un guantazo; el médico, simpático y poco austero, me dio un caramelo; y mi madre, a quien yo más quería, me pego una paliza. Al volver a casa, jugué, perdí y, al no poder usar mi mano, destrocé el mando. Al contarlo, se rieron quienes me criaron, y me dijeron algo así como ‘’ Niño tonto, no te vamos a comprar otro mando; ahora vete, y piensa en lo tonto qu

La vida, el camino y el silencio.

A eso de las 6 de la mañana, cuando la noche empieza a acabar, dos amigos caminan borrachos por las siniestras y obscuras calles de Sevilla. Van los dos dando tumbos sin pronunciar palabra, pero no era aquel uno de esos silencios hondos y profundos que llenan de vacío el ambiente, no; era uno de esos silencios en lo que no hay cabida a la incomodidad; uno de esos que uno ama y respeta tanto que incluso le da miedo romperlo. Cuando algo no supera el silencio... y ese silencio no se podía superar, pues era pleno. Uno de los amigos puso una canción sin decir nada, pero ésta no hizo sino profundizar la armonía sin sonidos, haciendo aun más inconcebible la idea de romperla diciendo alguna enormidad. Cuando unas pocas y minúsculas gotas de lluvia cayeron del cielo, lo último que cualquiera de los dos pensó fue en comentarlo. Simplemente, ambos sonrieron y siguieron su placentera senda a casa. Quedaba mucho hasta que el camino de ambos se separara, pero de verdad parecían dispuest

El viaje.

Llevaban ya dos horas en el coche, y aún faltaban, al menos, otras cuatro. El viaje no parecía ir a acabar nunca, y Luis, o Liko, como le gustaba que le llamasen, no podía aguantarlo más. El pequeño Seat en el que iban los cinco amigos tenía el aíre estropeado, y el insoportable sol de España golpeaba incesantemente a los viajeros. Liko iba al volante, y al ser el único con carnet, tendría que conducir él todo el camino; de copiloto iba Jesús, que se había quedado dormido hacía ya tiempo. En la parte de atrás iban Pepe, Carlos y David. Estos eran cinco amigos inseparables y que se querían mutuamente como sólo hacen los amigos de verdad, pero por algún motivo desconocido hasta para el mismo Liko, éste estaba ya harto de Pepe, que no parecía ir a callarse nunca y que no se estaba quieto. El enfado no surgió con el viaje, sino que ya durante la última semana de las vacaciones Luis empezó a molestarse con Pepe sin motivo aparente, y casi le molestaba todo lo que decía o hacía. Por su

Un Poco de Risa. (Cap. 1, parte 1)

Yo aún no sé de dónde salgo. Mi tía, la muy guarra, me dice que soy de una gitana, aunque es verdad que con mi madre se lleva fatal. Mi Padre, por su parte, dice que él gitano no es, pero que, a su vez, a mi madre vio parirme, así que el muy payaso no sabe de dónde salgo, mas sí que de mi madre salí. El caso es que yo soy muy moreno, y mi madre, tan blanca, no me cuenta nada. Así nací. Y sin saber ahora ni de dónde ni adónde ir, sólo me queda plasmar aquí mis estupideces. Sonarán muy mal, así que por favor, oídos cautos: no quiero aquí a ningún mojigato. Mis andanzas empezaron cuando mis penares: el día que conocí a mi tía. Ella, lo decía mucho mi madre y yo lo repito, aunque no tanto, era una guarra. No una guarra de esas que dice la RAE, sino una de las antiguas, como Livia, tan mala como romana. Pero eso, que me desvío; digo que mi tía, la guarra, no dejaba de tocarme las pelotas. ¿Qué cómo lo hacía? Pues muy mal; no venía para nada de un lupanar. Ahora bien; mi madre,

Sólo parte de lo perdido.

‘’¡Cómo te envidio, deforme Hefesto! A ti, que tan alto precio has pagado y que tanto has sufrido, te envidio. Gustoso cerraría yo las cadenas que a Protomeo encadenan, o a quien fuere, si eso me permitiera volver a ser. ¿A qué hado maldito o a qué furiosa deidad he incitado a torturarme así y a procurarme tantos flagelos? ¿Por qué me anulan los sempiternos? Incluso tú, herrero, aun después de enfrentarte a Zeus, sigues siendo, mientras que yo sólo tengo. Dinero, sí, y mujer e hijos, pero, aún así, soy de entre los hombres el que más está sufriendo. Todavía no puedo entenderlo. Siempre he sido pío, y bueno, y valiente, y honrado, y sin embargo, ya sólo tengo. Tengo mis ojos, oídos, labios; es cierto, también siento, pero como el hombre herido de muerte en plena batalla, que sigue vivo, mira a su alrededor, y siente toda clase de suplicios, ya sin poder hacer nada, así siento. Vivo la muerte en vida, la pobreza en el oro, y la derrota en el triunfo; no soy sino un lobo enferm

Líqueas. Presentación.

Son muchos los que sin saber hablan de mí y cuentan mi historia, y pocos los que realmente saben algo. El fuego, la muerte y la destrucción me crearon; el sufrimiento, la alienación y la desolación formaron mis mientes tiempo ha. El odio que alberga mi corazón, la ira que mueve mi sangre, es algo que el humano provocó con su propia estulticia, y ahora habrá de pagarlo caro. No temo la muerte ni el sufrimiento, no rehuyo de la sangre ni del dolor, pero me atemoriza la idea de que se me recuerde por el ser nefasto y sin alma por el que se me conoce por culpa de hombres sin piedad ni honor, y por eso dejaré aquí escrita mi historia, para que mi nombre no sea mancillado por todas las generaciones por venir, sino que éstas puedan juzgarme sabiendo la triste verdad. Mis palabras no son, en cualquier caso, un llanto o un lamento por lo sufrido, sino un llamamiento a la cordura, un toque de atención para aquellos que piensan que en una guerra hay un bando bueno y uno malo, y que ellos def