Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de febrero, 2018

Vir bonus

Avanzados ya tantos estadios a pie, estaba exhausto. No había parado de hacer bondades en todo el día: primero, ayudé a un pobre hombre a quien unos niñatos mugrientos y bellacos estaban maltratando. El señor mayor, que alcanzaba los sesenta años, estaba tumbado rodeado por aquellos malditos niños del demonio, quienes le hinchaban a patadas y le escupían. Por lo que me dijo el anciano después de que ahuyentara a esos cabrones, él no había hecho nada; fueron los jóvenes quienes, sin móvil ni provocación, atacaron al señor. Anduve con el pobre ultrajado hasta que nuestros caminos se desviaron y tomó él por otro camino. Luego, tras un par de horas andando solo, me encontré con un joven patricio que lloraba mientras andaba en dirección contraria a la mía. Estoy seguro de que no alcanzaba los diez años. Evidentemente, le pregunté qué hacía tan lejos de cualquier pueblo, solo. Se había perdido, claro; dediqué casi una hora a tranquilizar a la criatura, y otras dos horas más en encontrar

El parto.

El estallido de sangre y dolor que me envolvió al perder a mi hijo acabó con mi alma. No podía creer lo que estaba ocurriendo, ¿Por qué? ¿Qué astuto, cruel y grotesco dios puede permitir tal desdicha, tal sufrimiento? No, el mundo ya no tiene sentido para mí, pues para mí todo ha acabado. Espero no vivir mucho más, no volver a sufrir de nuevo, no volver a sentir nada. Mortal, injusta y nefasta es la diestra bofetada que el destino me asesta, y jamás podré ya olvidar, aun muriendo, lo mucho que he sufrido y sufro. ¿Por qué insisten estos incompetentes y necios médicos en atenderme, cuando yo ya no soy nada? ¿Cómo pueden primero dejar morir a mi hijo, y luego pensar siquiera que yo pueda seguir viviendo? ¡Ah! Ojalá, ojalá yo hubiera muerto y él estuviera aquí, con su padre.

La fábula de un ser viviente.

Mi nombre cambia con cada frontera; no solo ya de país a país, sino incluso de época a época. Es curioso que, aun siendo mi nombre tan moldeable, haya significado tantas cosas distintas a lo largo del tiempo y el lugar. Tiempo ha, cuando los humanos me vieron a bien nacer, llamáronme L., y cuando hablaban de mí, no hablaban sino del saber relacionado con el ars/artis de leer y escribir. Como es de imaginar, tamaña generalización sobre mi ser es ya arcaica y está obsoleta, mas todavía me gusta recordarme como tal. ¡Cuánto tiempo pasé abarcando tantas cosas! Muchos siglos después, con la llegada de aquel movimiento que habría de resquebrajar la teoría mimética para traer el yo al hombre, y el hombre al yo, vino también un gran cambio en mi nombre. Para empezar, empecé a ser llamado de distintas formas, todas parecidas pero ninguna igual. Esto me gustó, pues implicaba que en todas partes era yo conocido y apreciado; ahora bien, una vez cambiada la fonética de mi nombre, empecé

Pavper no puede ir a la moda.

Pavper no puede ir a la moda. Él era un hombre pobre, de unos treinta años, sin trabajo ni posibilidad de encontrarlo, soltero y solitario. Vivía en París, solo, en un pequeño cuartucho barato de las afueras de la ciudad. No puede decirse que el nuestro sea un héroe clásico, pues no es un personaje valiente, ni guapo, ni elegante, ni inteligente… ni siquiera tiene dinero. Tampoco puede decirse que sea malo; si no es especialmente bondadoso, tampoco es cruel ni injusto. Desde luego, es poco leído e inculto, y esto es posiblemente el pecado más grave que comete. Como la gran mayoría de los habitantes de París, Pavper vive alienado y perdido, sin rumbo. Él no encuentra la felicidad en dar, pero tampoco en recibir, ni en estar con personas, ni en el cariño de una mujer; él, perdido y sin rumbo, sólo quiere vestir con las más exquisitas prendas, aquellas que más a la moda estuvieran. Como es de suponer, su precaria situación económica se lo impide, pero aun así, él intenta ahorr