‘’¡Cómo te
envidio, deforme Hefesto! A ti, que tan alto precio has pagado y que
tanto has sufrido, te envidio. Gustoso cerraría yo las cadenas que a
Protomeo encadenan, o a quien fuere, si eso me permitiera volver a
ser. ¿A qué hado maldito o a qué furiosa deidad he incitado a
torturarme así y a procurarme tantos flagelos? ¿Por qué me anulan
los sempiternos? Incluso tú, herrero, aun después de enfrentarte a
Zeus, sigues siendo, mientras que yo sólo tengo. Dinero, sí, y
mujer e hijos, pero, aún así, soy de entre los hombres el que más está sufriendo.
Todavía no puedo
entenderlo. Siempre he sido pío, y bueno, y valiente, y honrado, y
sin embargo, ya sólo tengo. Tengo mis ojos, oídos, labios; es
cierto, también siento, pero como el hombre herido de muerte en
plena batalla, que sigue vivo, mira a su alrededor, y siente toda
clase de suplicios, ya sin poder hacer nada, así siento.
Vivo la muerte en
vida, la pobreza en el oro, y la derrota en el triunfo; no soy sino
un lobo enfermo y moribundo. Hace tiempo yo era; era escritor, y
cuidaba de mi granja, y alimentaba a mis hijos. También era
hablador, y simpático y abierto. Era feliz, pero ahora, ahora no soy
sino un lobo enfermo.
Tocar a mi mujer, el
tacto de la pluma entre mis dedos o acariciar a mis hijos es parte de
lo que he perdido; mis manos, que son mi vida, perdí. Ahora creo
que sólo me queda el suicidio. Estaría bien escribir esto, pero no
puedo… y me niego a pedirlo. Sí, creo que me rindo. No, no me
rindo; mi vida es parte de lo que he perdido.’’
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