No hace mucho tiempo, durante la pandemia, conocí a Irene. Ella
trabajaba en un hospital, y conseguí no sé cómo, al principio de todo, su número
de teléfono. No era, en cualquier caso, una relación con ella lo que yo
buscaba, no; yo quería saber cómo avanzaba mi madre.
Todavía no se había extremado la maldita cuarentena, y uno
podía acompañar a sus enfermos al hospital e incluso quedarse por allí un
tiempo, pero no era necesario ser un genio para saber que en breve eso
acabaría, y que tendría que despedirme de mi madre hasta no sé si después de
muerto. Ella, Irene, estaba allí, trabajando, y se ofreció, no sé por qué, a ir
comentándome por mensaje cómo iba mi madre.
Nunca volví a ver a Irene, pero entablé con ella una relación
indescriptible, y acabó siendo para mí cuanto yo era. Vivía solo y, sin mi
madre y atormentado por mi propio amor a la soledad, Irene fue mi compañera,
quizá sin saberlo, y fue la única persona con quien hablé durante la
cuarentena.
Ella sólo me comentaba cosas de mi madre. Si estaba mejor,
si empeoraba, si le costaba respirar, si había respiraderos… Ella me informaba
de todo. Ahora que lo pienso, quizá me informaba de más de lo necesario.
Cuando murió mi madre, lo supe primero por ella, y con ella
lloré y ella me animó. Es curioso. No dejó de hablarme cuando falleció, sino que
me mandaba mensajes más a menudo. Empecé a amarla sin apenas haberla visto, y
pensé que ella también me amaba, pues dedicaba su tiempo, sin tener que
hacerlo, a estar conmigo- pues durante la cuarenta ‘estar con alguien’ significó
algo distinto-.
Un día dejó de hablarme. La mujer que más se había
preocupado por mí salvo mi madre dejó de hablarme, y yo me rompí, y volví a
pensar en la muerte. Y pasaron así muchos días largos y horribles en los que
sólo quería morir o saber de Irene, mi heroína, mi salvación y mi ya único
amor.
Cuando supe que Irene había muerto, cuando me enteré de que
el virus había podido con ella, entendí que no era una heroína, sino más bien
alguna deidad. Una deidad no como las griegas, sino más bien una deidad
fabulosa y que no puede existir o haber existido en mente humana; una diosa de
la paz, de la vehemencia y del bien; una diosa sin fallas ni enemigos. Y será
el recuerdo de esta diosa, superior a los hombres y a los otros dioses, lo que
en verdad me ha mantenido cuerdo y vivo en este mundo. Y será siempre mi guía y
mi esperanza, aun ya muerta, y siempre será la diosa que cuidó de mi madre y de
mí mientras fue capaz.
Una historia muy emotiva Nicolás, y la presentación del blog, más que correcta.
ResponderEliminarYo también participo en el concurso de Zenda. Suerte.
https://elpedrete2.blogspot.com/2020/04/zenda-un-heroe-de-carne-y-hueso.html