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Jupiter y Calisto. Resumen y mito de Ovidio.

Mito de Jupiter y Calisto. (Narrado)


 Es cierto. Nike, Adidas, Burguer King, el Real Madrid, Zara, Microsotf y todas las grandes empresas no ponen su interés en la literatura, mas no debe esto frenar al ser humano de hacerlo. El mito de Jupiter y Calisto, aun no habiéndolo llevado un Tarantino o una Rowling al cine o a la literatura de este siglo, sigue siendo un mito de una belleza incalculable. Dejo aquí links al relato de Ovidio narrado, por si les apetece oírlo. Ahí tienen primero un resumen.




Es sin duda el mito de Jupiter y Calisto uno de los más bellos, aunque no de los más famosos, de los mitos griegos. Esta mitología, cargada como está de significado y belleza, nos presenta al dios Jupiter como un lascivo dios que no deja de engañar a su esposa y hermana Hera (Porque Hera es, efectivamente, hermana y esposa de Zeus). En este caso, Zeus viola a Calisto, una virgen compañera de Diana. Ella oculta su embarazo a las suyas, pero al final la descubren y la expulsan del séquito. Hera, cuando la ve, enfadada por estar aquella preñada, la convierte en una osa. Así, Ovidio nos presenta una situación horrible digna de Edgar Allan Poe: la osa, temerosa de otras bestias, no puede entrar en el bosque a dormir con los otros osos; tampoco puede ir con los humanos, pues estos intentan cazarla. Cuando el hijo de Calisto la encuentra, convertida en osa como estaba, se dispone a matarla, pero Jupiter los sube a los dos al cielo y los convierte en constaleciones (formándose así, según la mitología, la osa mayor.
Haz click en la foto y escucha el mito narrado.

Escucha el mito original haciendo clic en la foto.




Jupiter y Calisto Ovidio:

     Mas el padre omnipotente las ingentes murallas del cielo
 rodea y que no haya algo vacilante, por las fuerzas del fuego
 derruido, explora. Las cuales, después de que firmes y con su reciedumbre
 propia que están ve, las tierras y los trabajos de los hombres
 indaga. El de la Arcadia suya, aun así, es su más precioso 405
 cuidado, y sus fontanas y, las que todavía no osaban bajar,
 sus corrientes restituye, da a la tierra gramas, frondas
 a los árboles, y ordena retoñar, lastimadas, a las espesuras.
 Mientras vuelve y va incesante, en una virgen nonacrina
 quedó prendido, y encajados caldearon bajo sus huesos unos fuegos. 410
 No era de ella obra la lana mullir tirando,
 ni de disposición variar los cabellos: cuando un broche su vestido,
 una cinta sujetara blanca sus descuidados cabellos,
 y ora en la mano una leve jabalina, ora tomara el arco,
 un soldado era de Febe, y no al Ménalo alcanzó alguna 415
 más grata que ella a Trivia. Pero ninguna potencia larga es.
     Más allá de medio su espacio el sol alto ocupaba,
 cuando alcanza ella un bosque que ninguna edad había cortado.
 Despojó aquí su hombro de su aljaba y los flexibles arcos
 destensó, y en el suelo, que cubriera la hierba, yacía, 420
 y su pinta aljaba, con su cuello puesto, hundía.
 Júpiter cuando la vio, cansada y de custodia libre:
 «Este hurto, ciertamente, la esposa mía no sabrá», dice,
 «o si lo vuelve a saber, son, oh, son unas disputas por tanto...».
 Al punto se viste de la faz y el culto de Diana 425
 y dice: «Oh, de las acompañantes mías, virgen, parte única,
 ¿en qué sierras has cazado?». Del césped la virgen
 se eleva y: «Salud, numen a mi juicio», dijo,
 «aunque lo oiga él mismo, mayor que Júpiter». Ríe y oye,
 y de que a él, a sí mismo, se prefiera se goza y besos le une 430
 ni moderados bastante, ni que así una virgen deba dar.
 En qué espesura cazado hubiera a la que a narrar se disponía,
 la impide él con su abrazo, y no sin crimen se delata.
 Ella, ciertamente, en contra, cuanto, sólo una mujer, pudiera
 -ojalá lo contemplaras, Saturnia, más compasiva serías-, 435
 ella, ciertamente, lucha, pero ¿a quién vencer una muchacha,
 o quién a Júpiter podría? Al éter de los altísimos acude vencedor
 Júpiter: para ella causa de odio el bosque es y la cómplice espesura,
 de donde, su pie al retirar, casi se olvidó de coger
 su aljaba con las flechas y, que había suspendido, su arco. 440
     He aquí que de su coro acompañada Dictina por el alto
 Ménalo entrando, y de su matanza orgullosa de fieras,
 la vio a ella y vista la llama: llamada ella rehúye
 y temió a lo primero que Júpiter estuviera en ella,
 pero después de que al par a las ninfas avanzar vio, 445
 sintió que no había engaños y al número accedió de ellas.
 Ay, qué difícil es el crimen no delatar con el rostro.
 Apenas los ojos levanta de la tierra, y no, como antes solía,
 junta de la diosa al costado está, ni de todo es el grupo la primera,
 sino que calla y da signos con su rubor de su lastimado pudor 450
 y, salvo porque virgen es, podría sentir Diana
 en mil señales su culpa -las ninfas que lo notaron refieren-.
 En su orbe noveno resurgían de la luna cuernos,
 cuando la diosa, de la cacería bajo las fraternas llamas lánguida,
 alcanzado había un bosque helado desde el que con su murmullo bajando 455
 iba, y sus trilladas arenas viraba un río;
 cuando esos lugares alabó, lo alto con el pie tocó de sus ondas.
 Ellas también alabadas, «Lejos queda», dijo, «árbitro todo;
 desnudos, sumergidos en las linfas bañemos nuestros cuerpos».
 La Parráside rojeció; todas sus velos dejan; 460
 una demoras busca; a la que dudaba su vestido quitado le es,
 el cual dejado, se hizo patente, con su desnudo cuerpo, su delito.
 A ella, atónita, y con sus manos el útero esconder queriendo:
 «Vete lejos de aquí», le dijo Cintia, «y estas sagradas fontanas
 no mancilles», y de su unión le ordenó separarse. 465
     Había sentido esto hacía tiempo la matrona del gran Tonante,
 y había diferido, graves, hasta idóneos tiempos los castigos.
 Causa de demora ninguna hay, y ya el niño Árcade -esto mismo
 dolió a Juno- había de su rival nacido.
 Al cual nada más volvió su salvaje mente junto con su luz: 470
 «Claro es que esto también restaba, adúltera», dijo,
 «que fecunda fueras y se hiciera tu injuria por tu parto
 conocida y del Júpiter mío testimoniado el desdoro fuera.
 No impunemente lo harás, puesto que te arrancaré a ti la figura
 en la que a ti misma, y en la que complaces, importuna, a nuestro marido», 475
 dijo, y de su frente, a ella opuesta, prendiéndole los cabellos,
 la postra en el suelo de bruces; tendía sus brazos suplicantes:
 sus brazos empezaron a erizarse de negros vellos
 y a curvarse sus manos y a crecer en combadas uñas
 y el servicio de los pies a cumplir, y alabada un día 480
 su cara por Júpiter, a hacerse deforme en una ancha comisura,
 y para que sus súplicas los ánimos, y sus palabras suplicantes, no dobleguen,
 el poder hablar le es arrebatado: una voz iracunda y amenazante
 y llena de terror de su ronca garganta sale.
 Su mente antigua le queda -también permaneció en la osa hecha-, 485
 y con su asiduo gemido atestiguando sus dolores,
 cuales ellas son, sus manos al cielo y a las estrellas alza,
 e ingrato a Júpiter, aunque no pueda decirlo, siente.
 Ay, cuántas veces, no osando descansar en la sola espesura,
 delante de su casa y, otro tiempo suyos, vagó por los campos. 490
 Ay, cuántas veces por las rocas los ladridos de los perros la llevaron,
 y la cazadora, por el miedo de los cazadores aterrada, huyó.
 Muchas veces fieras se escondió al ver, olvidada de qué era,
 y, la osa, de ver en los montes osos se horrorizó,
 y temió a los lobos, aunque su padre estuviese entre ellos. 495
     He aquí que su prole, desconocedor de su Licaonia madre,
 Árcade, llega, por tercera vez sus quintos casi cumpleaños pasados,
 y mientras fieras persigue, mientras los sotos elige aptos
 y de nodosas mallas las espesuras del Erimanto rodea,
 cae sobre su madre, la cual se detuvo Árcade al ver 500
 y como aquella que lo conociera se quedó. Él rehúye,
 y de quien inmóviles sus ojos en él sin fin tenía
 sin saber tuvo miedo y a quien más cerca avanzar ansiaba
 hubiera atravesado el pecho con una heridora flecha.
 Lo evitó el omnipotente, y al par a ellos y su abominación 505
 contuvo, y, al par, arrebatados por el vacío merced al viento,
 los impuso en el cielo, y vecinas estrellas los hizo.
     Se inflamó Juno después que entre las estrellas su rival
 fulgió, y hasta la cana Tetis descendió a las superficies,
 y al Océano viejo, cuya reverencia conmueve 510
 a menudo a los dioses, y a aquéllos que la causa de su ruta preguntaban, empieza:
 «¿Preguntáis por qué, reina de los dioses, de las etéreas
 sedes aquí vengo? En vez de mí tiene otra el cielo.
 Miento si cuando oscuro la noche haya hecho el orbe,
 recién honoradas -mis heridas- con el supremo cielo, 515
 no vierais unas estrellas allí, donde el círculo último,
 por su espacio el más breve, el eje postrero rodea.
 ¿Hay en verdad razón por que alguien a Juno herir no quiera,
 y ofendida le trema, la que sola beneficio daño haciendo?
 ¡Oh, yo, qué cosa grande he hecho! ¡Cuán vasta la potencia nuestra es! 520
 Ser humana le veté: hecho se ha diosa. Así yo los castigos
 a los culpables impongo, así es mi gran potestad.
 Que le reclame su antigua hermosura y los rasgos ferinos
 le detraiga, lo cual antes en la argólica Forónide hizo.
 ¿Por qué no también, echada Juno, se la lleva 525
 y la coloca en mi tálamo y por suegro a Licaón toma?
 Mas vosotros, si os mueve el desprecio de vuestra herida ahijada,
 del abismo azul prohibid a los Siete Triones,
 y esas estrellas, en el cielo en pago de un estupro recibidas,
 rechazad, para que no se bañe en la superficie pura una rival». 530
     Los dioses del mar habían asentido: en su manejable carro la Saturnia
 ingresa en el fluente éter con sus pavones pintados.





Link al mito narrado: https://www.youtube.com/watch?v=VbNIGTyaP_o&t=

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