El estado de locura de su padre perturbaba a nuestro héroe, y la
falta de alimentos, y el mal clima, y las plagas, y prácticamente
todo cuanto le rodeaba. Sin embargo, cuando su padre le preguntó
quién era, algo se rompió dentro de Rodrigo. Veinticinco años,
toda su vida, había estado su padre cuidándolo y queriéndolo; la
única vida que había conocido el joven campesino había sido junto
a su padre, única persona que realmente le amaba y a quien él
amaba; cuando oyó la terrible e indiscreta pregunta, Rodrigo dejó
de sentir durante unos segundos hasta que una lágrima surcó su
rostro y mil pensamientos asaltaron su mente. No entendía nada; no
sabía si su padre le estaba gastando una broma nefasta, o si tal
vez éste había perdido por completo el juicio. No sabía ni qué
pasaba ni cómo solucionarlo.
Sin dormir en toda la noche, paseó el hijo por la minúscula tierra
que podía trabajar para sí mismo, llorando y recordando con nitidez
cada detalle de su infancia con su padre. Ningún recuerdo triste
asaltó su mente, sino que fueron las más felices y dichosas
imágenes las que viniendo a su mente destrozaron la razón y corazón
de nuestro personaje hasta el punto de pasar llorando todo el
amanecer. Sólo sus obligaciones lo obligaron a olvidar su dolor por
un momento y a encarar la jornada. Quedaba mucho que hacer.
Es este, sin duda, el momento para hablar de Francisco. Era éste en
aquellos tiempos unos de los conocidos de Rodrigo que casi podrían
llamarse amigos. Uno se preocupaba por el otro, y ambos en verdad se
querían, aunque ciertamente no existía la fraternidad completa que
puede encontrarse en la auténtica amistad. Francisco era un hombre
unos años mayor que nuestro campestre héroe; estaba casado con una
joven moza desde hacía años, y vivía feliz en la pobreza y el
trabajo. Por Rodrigo sentía cariño y lástima. Cariño por ser
nuestro héroe puro de corazón, bueno y amable; lástima porque no
estaba casado, porque no era feliz y porque le tenía cariño. El
físico de Francisco era surrealista, pues siendo campesino y
comiendo igual de mal que cualquiera era grande y fuerte. Era también
rudo, sincero y leal. Sentía verdadero amor por su preñada mujer,
María, y ella por él también.
-Me voy a currar. - Le dijo el grandullón a su esposa. La casa en la
que vivían era parecida a la de Rodrigo: pequeña, húmeda, calurosa
en verano y fría en invierno.
-De acuerdo, mi amor. Te veo a la noche.- Y le dio un beso y un
abrazo a Francisco, que salió de la casa a paso ligero.
Se encontró con Rodrigo, que vivía cerca, y fueron juntos a
trabajar la tierra. El camino no era muy largo, pero le dio tiempo a
Francisco, aun siendo lo torpe y bruto que era y teniendo la
dificultad que tenía para interpretar sentimientos propios o ajenos,
de darse cuenta de que su amigo no estaba bien. Algo le había
ocurrido.
-¿Qué te pasa? No estás bien.
- Nada. No pasa nada. Estoy bien.
- No.
-Bueno, me ha pasado algo, pero da igual. No quiero hablar de ello.
-Venga ya ¿Qué te pasa?- Rodrigo se paró, miró al suelo, y
sintió de nuevo el calor del llanto en los ojos y las mejillas.
- Bueno.. - Dijo débil y apesadumbrado- No sé muy bien qué está
pasando en casa… yo…
-Pero bueno ¿Tan grave es?
- Sí. Verás, mi padre… bueno… mi padre… mi padre está
actuando de forma muy extraña. Miente, se pierde, no quiere comer…
y ayer… ayer… me preguntó quién soy.
-¿Cómo?
-Yéndose a dormir. Cuando lo oí, bueno, yo…
-¡Oh! No puede ser… ¿Pero cómo? Maldita sea. - A estas alturas,
Rodrigo se tapaba la cara con ambas manos y lloraba. Lloraba más de
lo que lloró en toda la noche, con más brío, con más ruido. Su
pesar era más grande, igual que su dolor, y ahora sabía que su
padre no volvería a reconocerlo, y sintió que todo acababa. Su
amigo, en vez de hablarle, lo abrazó y calló, y al rato ambos
siguieron avanzando, silenciosos, a empezar su jornada.
No puede decirse que la labor que tenían por delante fuera pequeña,
pero desde luego daba tiempo y sobraban fuerzas para hablar o cantar.
En cualquier caso, ni nuestro héroe ni su compañero lo hicieron,
no. Ellos simplemente trabajaron si decir palabra hasta que llegó la hora
de almorzar. Rodrigo, que estaba extasiado y no se sentía normal, se
separó entonces del resto y comió sólo.
Se adentró un poco en el bosque más cercano a donde estaba, se
sentó en un tronco derrumbado y pensó. Pensó en cuánto quería a
su padre, y en cuánto le había querido él a su vez; pensó en
Francisco, y en lo mal que había quedado tras saber la tragedia;
pensó, incluso, en su difunta madre, quien tanto había amado a su
pobre y enfermo padre. En una palabra, pensó en cuanto podía
hacerle daño, y sufrió. Veía los árboles como roídos y enfermos,
y escuchaba el canto de los animales como una deprecación de muerte,
como algo nauseabundo y hediondo que penetraba en sus oídos y desquebrajaba su mente. A su alrededor todo era putrefacción, muerte,
olvido. Sentía un miedo terrible. Incluso el cielo era oscuro y las
copas de los árboles más lejanas y deformes de lo natural.
-¡¡RODRIGOOO! - Gritaba Francisco. Nuestro héroe salió de su
ensimismamiento con el vozarrón de su colega, y comprendió que sólo
estaba en un bosque, que todo era normal. El sonido persistente era
agradable, los árboles estaban verdes y el cielo azul y claro.
Puede decirse que hasta que llegó de nuevo a casa nada pasó en la
vida de Rodrigo. Terminó la jornada, charló con un par de compadres
y se dirigió de vuelta al hogar, donde su más terrible e inpensable miedo estaba esperando.
Al entrar, vio a su padre sentado frente a la mesa mirando la pared,
absorto en sus pensamientos. Dirigió una rápida mirada a su hijo y
luego volvió de nuevo la vista a la pared. Rodrigo suspiró, cerró la
puerta y apañó algo de comer. Su padre comió bien, con normalidad,
y al acabar volvió, una vez más, a fijar la mirada en un punto
aleatorio. Nuestro héroe, terriblemente acobardado, no habló. Ayudó
al fin a su padre a levantarse y lo llevó al lecho. Una vez acostado
su padre, el pobre y martirizado campesino sintió su alma partirse. Ningún padre debe mirar a su hijo con el pavor que había en los
ojos del padre de Rodrigo.
Capítulo 2 *** https://puntoyrelato.blogspot.com/2018/08/capitulo-2-las-desgracias-de-rodrigo.html
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