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Prólogo - las desgracias de Rodrigo.

Acababa de llegar a la casa exhausto. Cuántas horas había pasado trabajando la tierra del Duque de Toledo ya no lo sabía ni el propio Rodrigo, pero no podía apenas mover los dedos. En cualquier caso, el trabajo no había terminado, no; allí estaba esperando su padre, sentado en una de las dos sillas de la pequeña casa de madera, con los brazos cruzados, mirando con cariño por la única ventana.
    -¡Ay! ¡Si hubieses conocido, hijo, a Alonso Quijano! Que grande era ese señor… de verdad, hijo, que lástima que no pudieses conocerle…
Rodrigo no sabía leer, así que difícilmente podía conocer al Quijote, pero aun así estaba seguro de que no existió, al menos en el mundo real, la persona a la que se refería su senil padre. Desde hacía ya tiempo, el pobre anciano se confundía de camino al volver a casa y apenas era capaz de valerse por sí mismo y, lo que es más grave, mentía constantemente. Rodrigo no entendía por qué su padre inventaba tan estúpidas historias de forma tan continua, y esto le frustraba y enojaba.
    -¡Ahhh! Yo fui amigo suyo, hijo, y nos quisimos. Vivimos tantas aventuras…
    -Padre, deje de mentir. ¿Por qué está usted siempre mintiendo?
    -¡No es mentira! Insolente… ¡hum!
Ciertamente, Rodrigo estaba siempre enojado. Ya fuera por el maltrato en el campo, por apenas tener para comer, por no haber formado una familia teniendo ya casi veinticinco años o por la por él considerada estúpida manía de su padre de mentir, siempre se sentía mal.
En lo que a él respectaba, era el hombre más infeliz de Castilla. Los caballeros, curas, nobles… incluso los demás campesinos, que sí tenían esposa e hijos, y que además no tenían necesidad de cuidar de un padre tan enfermo,eran más felices. Rodrigo se sentía mal, celoso, enojado y odioso. Era muy difícil estar con él, y muchas veces hacía llorar a su padre -que era el único con quien convivía-. También es cierto que nuestro personaje quería mucho a quien le cuidara cuando retoño, y sin duda él era quien más sufría cuando éste lloraba; en verdad no quería nunca lastimar a su padre, pero sin darse cuenta le hacía daño cuando le tachaba de mentiroso o le obligaba a comer o dormir por las noches. Además, Rodrigo no sabía por qué su padre se comportaba así, y empezaba a pensar que estaba loco.
Su vida se reducía en aquella época, básicamente, a trabajar la tierra, alimentar como podía a su padre, y dormir las pocas horas que le restaban libres. Lo único que, por algún motivo, salvaba a nuestro héroe del pensamiento suicida era que no tenía bastante tiempo como para medir su desgracia, y sin duda, de haber podido parar todo durante un día y pensar, Rodrigo se habría matado.
Tampoco conocía el plebeyo qué es el amor por una mujer. Sí, obviamente, la atracción y el sexo, pero nunca sintió el amor. Los recuerdos de su madre, muerta hacía tiempo, tampoco le reconfortaban, sino más bien al contrario; ella, mujer intachable, fuerte y líder, nunca apreció mucho a su hijo. Los recuerdos que alberga de su madre son agrios, lejanos y apenas existentes.
En cualquier caso,  hace ya demasiado tiempo que los muertos perdieron relevancia para nuestro campestre campeón, así que nos centraremos en aquello que le rodea y sí afecta.
Diremos, por ejemplo, que no son las largas y numerosas horas diarias que trabaja Rodrigo lo que le más le atormentaba de su jornada, sino los muchos caballeros y nobles que venían por las tierras, salían del camino, la estropeaban, se reían del trabajador y de su falta de libertad y de su obligación por el trabajo; porque ellos, nobles, no trabajan. Nunca lo hacen. Casi siempre están de caza, o charlando, o maltratando a nuestro héroe y demás campesinos.
Ha de entenderse que Rodrigo vivía muy apartado de otras casas agrestes de sus iguales, y en verdad sólo tenía tres amigos que conoció en la infancia, pero más tarde llegaremos a ellos. Ahora hemos de hablar de su casa y de su padre.
Dos lechos de paja llenos de pulgones, una ventana rota, un suelo húmedo y frío en invierno y rudo y cálido en verano, y un pequeño huerto que apenas daba para alimentar a Rodrigo y a su padre eran todas las pertenencias del personaje. Nadie venía nunca a visitarlo, pues su casa quedaba lejos de cualquier lugar y además no era un sitio en el que nadie quisiera estar mucho tiempo. Si el lugar no era lo bastante fúnebre, entristecedor y sucio, allí estaba su padre, cada día menos cuerdo y cada vez más difícil de tratar.

- Padre, coma usted, por favor.- Instaba Rodrigo al pobre anciano, que aún seguía enfadado, mirando por la ventana, recordando que le había vuelto a llamar mentiroso. Por un momento, miró a Rodrigo extrañado, casi con miedo, y empezó a comer. Nuestro héroe, que ya había terminado, se levantó más tranquilo y salió a orinar. Al volver, su padre había vuelto a dejar la comida, pero ya se había alimentando bastante. Rodrigo fue a acostarle, le ayudó a levantarse, desvestirse, le llevó agua al lecho, y le dio un beso antes de dejarlo dormir.
- ¿Quién eres? - Le preguntó entonces su padre.



Capítulo 1 ***  https://puntoyrelato.blogspot.com/2018/08/capitulo-1-las-desgracias-de-rodrigo.html

Capítulo 2 ***  https://puntoyrelato.blogspot.com/2018/08/capitulo-2-las-desgracias-de-rodrigo.html

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