Vaya, estaba teniendo un sueño maravillo, pero la luz del sol me ha
despertado y desvelado sin que nada pudiera yo hacer; ojalá hubiera
podido seguir soñando. Bueno, vayamos a lo que nos atañe.
Mi venganza fue así:
Se tardó un año en
fraguarse todo, pero fue todo perfecto. El chulo se llamaba
Enrique, alias ‘el Kike’. Nos enteramos de todo lo que le
concernía durante el transcurso de mi recuperación. Resultó ser un
proxeneta famoso que controlaba una gran parte del tráfico de
mujeres de la ciudad; tenía untada a la policía, y conocía incluso
a varios ministros. Por todo esto decidimos tomarnos las cosas con
calma y esperar nuestro momento, que tarde o temprano aparecería.
Fueron los siguientes meses un tanto extraños, pues por una parte
seguíamos nuestras vidas en la calle, tomando, bebiendo y
malviviendo, y por otra hacíamos un sigiloso seguimiento de los
pasos del Kike.
Cinco meses pasaron
hasta que nos esteramos, por mediación de una puta a la que no
pagaba, de que nuestro objetivo estaba en apuros. Por lo visto, un
policía había matado a dos prostitutas mientras se las tiraba, y
ahora el Kike se veía obligado a taparlo todo como bien pudiera.
Normalmente esto no le supondría un problema, pero las putas
asesinadas eran importantes en el negocio y conocían a todas las
demás mujerzuelas; éstas montaron en cólera en cuanto supieron lo
ocurrido, y se sentían traicionadas y amenazadas por su chulo, que
no les ofrecía protección. Por otra parte, el mismo Enrique tenía
especial odio a aquel policía asesino, y roía la afrenta recibida.
Nosotros actuamos de
esta forma: el Varo quedó con una de las putas que más odiaba al
Kike por lo ocurrido (pues era prima de una de las muertas), y la
trato bien y le dije que la sacaría de la calle; la pobre mujer no
podía creerlo. Tras unas pocas quedadas más, la chica estaba
completamente convencida de que lo mejor que podía hacer es ir a
comisaría y denunciar al Kike, pues pensaba que el Varo tenía allí
amigos que le ayudarían. Pobrecita. Bueno, mientras el Varo
‘’enamoraba’’ a la joven puta, yo conseguí acercarme al
policía asesino, y convidé. Él era un borracho, y no tuvo
reparos en aceptar mi invitación. Ciertamente, esta era la parte que
más me preocupaba del plan: si yo no conseguía acercarme a él,
todo sería en vano, pero la adicción al alcohol jugó de mi lado en
este caso. Bebí con él varias noches seguidas hasta que nos
llamamos por nuestros nombres y nos dábamos la mano.
Con el terreno
preparado, pensamos el momento y el procedimiento; nos decidimos por
una noche de luna menguante; a las 2 de la madrugada sucedería y
sucedió todo. La prostituta enamorada se escabulló de su
casa-prostíbulo y se dirigió a un callejón donde habría de
encontrar al Varo; llevaba unos papeles robados que describían los
ingresos del Kike. Cuando ella llegó al callejón, nos encontró a
mí y al policía asesino.
- Mira, esa puta
es la que te dije. Quiere mataros a ti y a chulo. - Le dije.
- ¿Esa?
- Esa.
- Oigan… no sé
qué dicen… paren- La verdad es que ver a la joven tan asustada me
dio mucha pena, pero qué le íbamos a hacer.
La naturaleza del
policía le hizo revelarse como el asesino, y se mofó de la chica.
Ella se puso a llorar, rabiosa y herida, y acabó dando gritos. En el
callejón, sin embargo, no había nadie salvo nosotros. Apareció el
Varo, y hablando muy bajito se acercó más a nosotros junto con la prostituta. La chica no
paraba de temblar, el policía sonreía terriblemente borracho, y
tanto yo como el Varo aguantamos a pie el nerviosismo del momento. La
puta empezó a gritar, el policía gritó más fuerte, y de repente,
clavé mi navaja en el cuello del agente. La niña puta se quedó
helada; debía tener quince años. Varo y yo corrimos y la dejamos
allí, petrificada.
Nos escondimos, esperamos, y contemplamos. El Kike llegó, encontró
a la puta, y la tiro al suelo cuando ésta se tiro encima suya; una
vez en el suelo, le quitó de la mano el cuchillo y se lo clavó en
el cuello. La policía llegó y lo arrestó en ese momento, acusado
del asesinato de la puta, del policía, y de las dos putas
anteriormente asesinadas, entre otros cargos. Más tarde, o tal vez
otro día, narraré con detalle los terribles sufrimientos que me
causaron los remordimientos por lo que le hicimos a aquella pobre
niña, pero ahora no me apetece hablar de ello. Ojala pudiera seguir
soñando.
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