Había terminado
Rodrigo de trabajar la tierra cuando vio a la chiquilla de la mano de
sus padres.
-Rodrigo, mira,
esta es María. Hemos oído que tu padre no está bien. Ella te
ayudará unos días cuidándolo. -Ciertamente, pocas sonrisas había
visto Rodrigo más amables que la de aquella mujer. Sin duda, una de
ellas era la que la niña sostenía a su lado.
-Cla… claro.
Vale. Gracias. ¿Por qué lo hacen?
-Porque eres bueno. Sabemos que cuidarás de ella, y así te será
todo más fácil. Además, la niña está de
acuerdo. - Efectivamente, la pequeña María sonreía sinceramente a
nuestro héroe.
Durante
el catársico camino de vuelta a casa, Rodrigo experimentó
una sensación extraña, incómoda; apenas sabía qué decir a
aquella chiquilla sonriente, vestida de blanco y que miraba cuanto
había a su alrededor con ojos inmensos y abiertos de par en par. Las
nubes, la paz del escarabajo, las aves, las avispas… todo era
increíble a ojos de la niña.
-¿Por qué se mueven las nubes?
-Por Dios
-Dios lo hace todo ¿verdad?
-Sí. El creó las nubes y ahora las mece en el viento.- La niña
se quedó mirando al cielo.
-A tu papá le pasa algo malo.
-Sí.
-¿También es dios?
-No sé. Sí.
-¿Y no estás enfadado con él? - En verdad, en los ojos de la niña
se veía la falta de comprensión y el afán por comprender, pero
Rodrigo no podía responder sus preguntas; en realidad, las preguntas
de la niña no hacían sino nuevas interrogaciones para él.
-No sé. Sí.
-No deberías estar enfadado. En realidad, a tu padre no le pasa
nada malo.
-¿Cómo? Creo que no sabes qué le pasa.
-Sí lo sé. -La niña se puso de morros y dejó de andar. - Pierde
la memoria, y cada vez parece más un niño. ¿Qué tiene de malo
ser un niño? -Y volvió a sonreír.
-Pero él sufre.
-Pues habrá que hacer que no sufra. Es muy sencillo. - Rodrigo se
quedó plantado, mirando las nubes.
-¿Cómo?
-Siendo buenos con él.
La
sencillez de la niña dejó atónito a nuestro héroe. Efectivamente,
eso es lo que debía hacerse; su padre, en su enfermedad, debía ser
feliz hasta sus últimos días. Si supiera el lector el terrible día
que Rodrigo experimentó meditando sobre lo que Demóstenes le había
recomendado, tal vez dejaría de leer estas letras. En verdad, es
triste decir que el pobre Rodrigo estaba cada vez más seguro de que
su padre, en su sufrir, no querría seguir viviendo, y estaba ya
pensado cómo hacer el parricidio. Ya no dudaba qué debía hacer,
sino que se preguntaba ‘’¿Me perdonará Dios?’’ ‘’¿Me
perdonaré a mí mismo?’’. La niña María, insospechadamente,
había hecho cambiar de parecer a nuestro héroe.
Tras un rato callados, la chiquilla se paró de nuevo en el camino unos pasos por
delante de Rodrigo. Quedó en silencio mirando a sus pies. Cuando la
alcanzó, nuestro héroe vio a un pobre pájaro con ambas alas rotas
revolverse entre los pies de la niña, que, con mucho cuidado, levantó
al pajarito y le partió el cuello.
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