El día transcurrió
como cualquier otro, y apenas ocurrió nada salvo el trabajo. Podría casi
decirse que Rodrigo no salía de casa para vivir, sino más bien para
sobrevivir. Trabajaba, se alimentaba como podía, descansaba cuando
no le quedaban fuerzas y volvía siempre maltrecho y de ánimo bajo a
casa. La dura vida de campo había endurecido sin duda tanto su
persona como su personalidad, y el sufrimiento del trabajo apenas le
causaba pesar interior. Tampoco la escasez de comida o lo pobre de
ésta le dolía en demasía, pues estaba ya acostumbrado a ello. Sin
embargo, aquel día sí sufrió cada perrería del destino, cada
falta de privilegio y cada obligación como nunca las había sufrido.
El sol incansable, la dura y sucia tierra, el dolor de los músculos
contraídos… sintió tal vez por primera vez cada uno de los
dolores que siempre le habían acompañado.
No habló demasiado
con nadie, sino que más bien se mantuvo a cierta distancia de los
demás y cerca de sí mismo y de sus verdaderos problemas. No eran
las gotas de sudor que surcaban su rostro lo que en verdad le causaba
repugnancia al sol y al trabajo, sino que era aquello en lo que
pensaba mientras se estremecía bajo Apolo lo que lo convertía en
tan terrible experiencia; no era la sangre de sus manos lo que le
producía el tan vivo escozor que sentía, sino el pensar en su
padre.
Como si estuviera
soñando y el tiempo pasara de forma irreal, apenas se dio cuenta de
que era la hora de volver a casa. El sol se había ocultado tras las
montañas sin apenas notarlo nuestro héroe, que marchó al hogar
cabizbajo y pensativo. Tal vez estaba tan preocupado que no se dio
cuenta de que Demóstenes, un pobre diablo que apenas trabajaba para
comer, andaba junto a él.
- ¿Y cuáles son
esas cuitas que te tienen tan ensimismado?- Le preguntó de pronto.
- ¿Eh? - Rodrigo
ciertamente no había escuchado la pregunta. Tal vez la había oído,
como tal vez había visto de reojo a Demóstenes sin darse cuenta de
su presencia.
- Digo que por qué
estás así.
- Ah. Es por mi
padre. Está mal. Chochea.
- Vaya. ¿Qué le
pasa?
-No me reconoce, no
habla, no come, no duerme.. ha olvidado todo. Apenas puede ir sólo a
mear.
-Vaya. ¿Y qué vas
a hacer?
-Pues cuidarlo,
claro.
-¿Por qué?
- ¿Cómo que ‘por
qué’? Pues porque es mi padre, y él me cuidó a mí, y lo quiero.
Y él también me quería mientras me recordaba.
-Ya.
- ¿Tú no lo
cuidarías?
- Bueno, yo, si tuviera que estar donde tu padre, preferiría que me dejaran morir. No sé. - Al oír estas palabras,
Rodrigo dejó de andar y se paró en seco mirando a los ojos a
Demóstenes. -Piénsalo detenidamente. Si fuera yo quien ha perdido
la memoria y los recuerdos de todo cuanto amaba y a quien amaba, y
no pudiera valerme por mí mismo, y no supiera mi nombre, ni el de mi
hijo ¿Para que iba a cuidarme nadie? Yo, en mi demencia, no podría
querer quitarme la vida, pero sé que ahora, estando cuerdo, no
querría vivir así, sino que más bien podría venir alguien que me
ame y matarme, pues así huiría de un destino horrible para
enfrentarme a uno desconocido. Porque ¿qué es la muerte? No sé qué
es morir, pero sí sé que es olvidar. Sin duda, yo querría que me
mataras.
-Eso no tiene ningún
sentido.
- Y sin embargo ¡Es
tan profundo y sentido! ¿Por qué iba a querer vivir tu padre? Es
más, no puede querer vivir, como no puede querer morir. No te digo
ya que le librarías de muchos males quitándole la vida, sino que,
además, no puede tener miedo de que esto pase o rechazo ante la
idea. Y bueno, tu padre, mientras viva, no te dejará vivir. Sí, al
morir éste tú sufrirás, pero la pena pasará y volverás a ser tú
mismo. Sin embargo, si lo mantienes y cuidas, y cada noche vuelves a
él, y cada mañana vuelves a él, quedarás maldito y nunca, nunca
serás feliz. Él es ahora mismo una maldición para sí y para ti, y
ninguno será ya en este mundo mientras él siga aquí. Para uno no
queda esperanza salvo la muerte, para el otro ninguna salvo la
liberación.
Demóstenes marchó
y dejó sólo a nuestro héroe. Tal vez sí sea justo dejarle sólo,
que vaya a casa y esté con quien le criara. Nosotros, por nuestra
parte, seguiremos a Demóstenes y hablaremos de este nuevo e
interesante personaje.
Tal vez lo primero
que pensaba uno al ver a este hombre era que tenía muchos, muchos
años. Rodrigo nunca había visto a nadie tan anciano. Sin duda y sin
explicación, Demóstenes había leído. Había leído mucho. Su
forma era impecable; su interior, diferente. Nadie iba a encontrarse
a nadie como Demóstenes. No era su vida, en verdad, algo meritorio
de ser mencionado; ni siquiera el mismo Demóstenes sabía quién
era, pero sí se conocía hasta el punto de conocer al prójimo
incluso mejor que él mismo.
Vivía solo en una
pequeña chabola abandonada. Trabajaba menos de lo que debía, y
muchos se preguntaban cómo seguía aún vivo. No tenía esposa, ni
hijos, y nadie conocía a su padre. En realidad, nadie sabía nada de
este interesante y distinto campesino. La mayoría pensaba que
estaba loco, pero en realidad no lo estaba.
Tenía Demóstenes,
fuera de toda lógica, conocimientos de ciencias y otras materias que
no debería haber conocido. Sus cultivos eran, con menos trabajo, más
fecundos; su rostro, más simbólico. No era uno de eso personajes
planos que tanto entusiasmaban al pueblo con su sinceridad o engaño;
con su beldad o maldad; con su simpatía o apatía; no. Era él mucho
más. Tanto, que apenas nos atrevemos aquí a seguir hablando de él,
y dejaremos su persona para más adelante, para cuando sus propios
actos permitan mejor su explicación.
Diremos, en
cualquier caso, que no debe el lector temer un anacronismo; el
anacronismo es algo bello e irreal que debe ser abrazado.
Volvamos con
Rodrigo. Su mente estaba rota por los pensamientos que la
bombardeaban; su corazón apenas latía. Sentía el lecho más duro
que nunca, y aún le escocían las manos por el trabajo de aquel día.
Jamás pasaría, pensaba, una jornada tan dura como esta.
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