Iba a conocerlo, sí,
por fin lo conocería. En sesenta años no recordaba haberme sentido
tan nerviosa, tan adolescente, salvo tal vez cuando tuve a mi hijo.
Amo y he amado a la literatura tanto que apenas sé qué decir. He
leído a los más grandes… y él es uno de ellos. Como Valle-Inclán, Unamuno o García Márquez; con ellos situaba yo a mi
querido Vilas Matas.
¿¡Qué me pasaba!?
Apenas fui capaz de dormir la noche anterior de lo ansiosa que
estaba; era como un enamoramiento idílico, como si en alguna otra
vida hubiera conocido personalmente al autor y hubiera quedado para
siempre prendada de él. Ciertamente, me sentía más adolescente que
cuando tenía dieciséis años. ¡Si hasta sentía las famosas
mariposas en el estómago como nunca las había sentido! Ni en una
cita, ni en la entrega de un examen, ni siquiera con las enfermedades
que sufrieron mis padres; no, nunca había sentido tan nítidamente
un cosquilleo dentro de mí desde que parí. El caso es que me metí
en la cama temprano sin sueño ninguno pero con miles de sueños;
había bebido unas pocas cervezas, y creo que sólo por eso pude
dormirme.
Y pensarán ¡Qué
bonita noche! Pero nada más lejos de la realidad. Tuve las más
terribles pesadillas, esas que te hacer sudar, moverte y hasta
gritar, pero que no te despiertan. Rememoraba en sueños el día del
parto, pero mi hijo nacía sin vida; volvía al día en el que
conocí a mi marido, pero acabamos teniendo una extraña discusión y
nunca nos conocimos; en el peor de los sueños, pude hablar con todos
los grandes sabios ya muertos, pero estos me insultaban sin
argumentos, cual necios, y me daba cuenta de su estupidez conforme
los oía. Al despertar, no supe si había vivido una vida dormida o
si sólo acababa de tener una pesadilla.
No vi a mi marido ni
a mi hijo antes de salir por ser muy temprano y no querer yo
despertarlos. Fui al tren y salí sin hacer mucho ruido pero
terriblemente apesadumbrada; no dejaba de darle vueltas a la cabeza,
y no paraba de preguntarme qué es realidad y qué ficción, y no
sabía identificar si mi sueño no fue tal. Allí estaba yo, más
perdida que nunca, sobre las vías, rodeada de extraños, y no era
capaz de ver qué era diferente entre ellos y mis seres queridos. Sin
dormirme, entré en un estado de letargo absurdo y volví al sueño
de la noche anterior, y volví a tener un hijo nonato, a conocer sin
querer ni amar a mi esposo, y a odiar a todo literato cuanto he
amado, y en mis pensamientos no había pesar, ni pena, ni gozo, ni
gloria; en mis pensamientos sólo había desconocimiento.
Nunca me di cuenta
de cuánta gente viajaba conmigo, ni atendí a qué vagón subí. En
ningún momento miré por la ventana ni hablé con nadie, simplemente
viajé; como la hoja que el viento mece o el agua que del río fluye,
así viajé yo. ¿Qué era aquel tren y dónde me llevaba? Lo único
que pasó en aquel vagón, si es que acaso pasó algo, fue que el revisor
se acercó a pedirme el billete. No lo tenía, así que me obligó a
pagarlo. Fue entonces cuando me di cuenta de que no llevaba el
monedero, y dando igual toda excusa presentada, me hicieron bajar en
la siguiente parada.
Estaba tan aturdida
que no pregunté dónde estaba, sino que me quedé en la estación y
pedí un billete para Cádiz. Me senté durante cuatro horas a
esperar el autobús, y ciertamente, se me pasaron volando; de hecho,
cuando lo vi llegar me sentí apesadumbrada, como si hubiera de
llevarme no donde iba, sino a otro lugar.
Yo era la única que
esperaba el bus, que se paró justo frente a mí y abrió la puerta.
‘’Buenas tardes’’, me dijo un conductor cuyo rostro me era
terriblemente familiar. ‘’Buenas tardes. Va a Cádiz ¿no?’’
‘’Sí, claro, pero está usted en la estación de trenes.
Aquí no puedo recogerla.’’ ¡Claro, estaba en la estación de
trenes! Me di la vuelta para asegurarme y efectivamente estaba allí,
pues nunca me había ido. Al girarme para hablar con el conductor la
puerta estaba cerrada y el vehículo marchaba. No pude hacer nada.
Saqué un billete de
tren y esperé hasta que llegó el mismo. Entonces, al preguntarle a este segundo
conductor por la dirección del tren, éste me dijo que acababa de llegar a
su destino. ''¿Cómo?'' ''Señora, esto es Cádiz,
bienvenida a su destino.'' Me dijo mientras salía andando del
autobús y me daba la espalda para marchar a la cafetería. Pregunté
a otros viajantes y efectivamente allí estaba.
Entonces me di
cuenta de la tragedia: no tenía ni puñetera idea de qué había ido
a hacer a aquel lugar. Inmediatamente me eché a llorar; mi vida no
tenía sentido, y mi viaje, que lo consideré la salvación, tampoco.
Tardé tanto en levantarme del banco del parque en el que me senté,
que anocheció.
Entré en un bar a
pedir café. El local era inmenso, limpio e impresionante. Había
cuadros de los más exquisitos autores de nuestro siglo, y sonaba una
melodía diáfana y extravagante. Sólo había un cliente, reclinado
en un sofá, que tomaba una copa de vino en silencio. Me invitó de
lejos a sentarme, y eso hice.
-Buenas.
¿Qué tal? ¿Qué
hace usted, en una noche como esta, aquí? - Me dijo.
-Buenas. Estoy
mal, y no sé muy bien qué hago aquí. Quiero volver a casa.
-Bueno, vaya
usted allá.
-Está lejos.
-Bueno.
-Creo que tomaré
café antes de ir a la estación.
-Le invito.
-¿No sería ‘’la
invito’’?
-Puede. Eso creo.
-Bueno, convide.
-El camarero me puso mi café sin leche ni azúcar, justo como lo
quería.
-Y ¿qué hace?
-Siguió preguntando.
-Nada. Pienso.
-¿Qué
piensa?¿En qué es ficción y qué realidad?
-Exacto.
-Quiere saber mi
opinión?
-Claro.
Da un poco igual lo
que dijo. Ciertamente, me parecieron un montón de estupideces. Ese
hombre no tenía ni idea, estoy segura, y quien no sabe de ficción y
realidad no puede ser un escritor, y yo había ido allí a hablar con
un escritor. En cualquier caso, todos le aplaudieron al acabar de
hablar: los camareros, los demás comensales, que eran entonces
muchos, unos señores que estaban entrando al local… todos
aplaudieron como locos. Yo me quedé allí sentada sin hacer ruido
hasta que terminé mi café. Lo pagué, pues había encontrado mi
monedero, y me preparé para marchar, pero el hombre me detuvo.
-Oiga ¿Cómo se
llama? Yo soy Vilas Matas.
Comentarios
Publicar un comentario