-No sé en qué momento te quise, si es que te quise en algún
momento...- El olor a cerveza que salía de su boca era
horrible.- Pero tú mataste a tu madre, niño impertinente… hip…
yo fui con ella… y tú tuviste que nacer… y la mataste… y a mí
también me mataste, porque desde que ella murió, no he vuelto ni
volveré a vivir…
Manu estaba frente a su padre de pie, asustado y tembloso. No había
nadie en la habitación salvo ellos, y ciertamente Manuel, más que
sufrir por las terribles palabras recibidas, sentía un inapelable
miedo crecer en su interior. Es cierto que su padre no solía darle
palizas, y si se las daba era más bien cuando no tenía cerveza,
pero aun así estaba tan indefenso ante aquel hombretón borracho que
decía no quererle que apenas sabía qué sentía. El niño, rubio,
de pelo corto y de tez blanca, vestido con sencillez con un vaquero y
una camiseta negra, estaba sumido ante la sombra de su progenitor,
hombre gordo, maloliente, borracho y cruel, que se erguía tumbado en
el sofá sin siquiera mirar a su hijo mientras le hablaba.
-De verdad te lo digo… si pudiera volver atrás
e tiempo… lo daría todo, todo por no haberte tenido nunca…
maldito seas tú y el inmisericorde Dios que te permite
venir al mundo a costa de la vida de tu santa madre… hip… -
El susto que se llegó Manuel ante un movimiento brusco de su padre
fue enorme, tanto que incluso hizo un amago instintivo de subir las
manos para protegerse la cabeza. - Maldición ¿Tienes miedo de
que te pegue, niñato? Hip. Si te diera alguna paliza de vez en
cuando estoy seguro de que no subirías así las manos… y sabes que
lo odio… maldición. Maldito crio. ¡Vete de mi casa! ¿¡Tienes
miedo de mí, de tu padre?! ¡Vete! No quiero que vuelvas más por
aquí… hip…- Dicho esto, Enrique trató de levantarse del
sofá, pero cayó en el mismo inerte y como roncando. Manuel se fue
corriendo a más no poder con la sincera intención de no volver y
con un ardiente río de dolor recorriendo sus mejillas. Tenía ocho
años.
Manuel fue criado en una familia humilde que lo acogió y quiso casi
como si fuera un hijo propio, pero sus nuevos padres murieron al poco
de recibirle; ya eran mayores cuando llegó Manuel, y ambos tenían
tuberculosis. En definitiva, nuestro personaje quedó solo de nuevo
con la edad de trece años. Estuvo desde entonces y hasta su muerte
con un ánimo apesadumbrado, y nunca fue feliz. Se crió hasta los
quince años en un centro de acogida en el que odió a quien conoció,
y salió de allí huyendo a buscarse la vida en la calle. Es a esta
época a la que nos referiremos.
Nuestro villano consiguió su primer trabajo el día que abandonó el
centro de acogida. Un zapatero viejo le dio trabajo, más por pena
que por necesidad, y con él aprendió el oficio en pocos días. En
realidad, Manu nunca fue más que ayudante, y su trabajo consistía
básicamente en abrir y cerrar la tienda, pasar los utensilios que su
maestro le pidiera, y limpiar. En cualquier caso, el pobre zapatero
apenas podía pagarle unas perras, aunque esto nunca fue problema
para Manuel. No es que no necesitara dinero, no, en realidad, Manu
nunca exigió sus pagos puntualmente ni una merecida subida de sueldo
porque el muy pícaro se las ingeniaba para sisarle al maestro más
de lo que le pagaba. No lo hacía por mala fe, sino porque había
encontrado un gusto especial por la cerveza, y con la miseria que
aquel le pagaba no tenía casi para comer. En definitiva, él nunca
pretendió que la zapatería tuviera que cerrar, pero tampoco era
consciente del daño terrible que hacía robando las nada humildes
cantidades que robaba. El viejo zapatero no tardó en morir, pero,
tras todas las muertes vividas, apenas lo sintió nuestro héroe.
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