Me doy cuenta ahora,
tras una noche de no dormir, de que estoy encarando mal el asunto de
mi relato. Acabarán odiándome todos y cada uno de mis oyentes si
siguiera narrando los horribles, deleznables e infames actos que
cometí. Es mejor, sin duda alguna, que enseñe al espectador cómo
el mundo me flageló y dobló, pues conseguiré así que el lector
sepa que sufrí más que cualquiera de mis victimas, y será más
probable que se apiade de mí. No soy yo un Mr. Hyde que mate y guste
de matar, sino un Frankestein, sin conocimiento de mí mismo,
abandonado, falto de humanidad y de padres que me amaran.
Bastante tiempo
después de mis asesinatos, cuando tenía ya unos veinticinco años,
ya no me juntaba con El Carlitos ni el Negro. No contaré ahora por
qué, pero tal vez lo haga en algún momento. El caso es que sólo
quedábamos el Tronko, el Varo y yo. Ya no eramos respetados en las
calles, ni nos interesaba. Vivíamos en un barrio muy, muy humilde,
en pequeñas chozas inmediatas unas a otras. El Varo vivía con su
novia, el Tronko con su mujer y yo vivía solo. Habían pasado unos 3
años desde que dejamos atrás la mala vida y el lumpen. Los tres
teníamos un trabajo, humilde pero respetable, y vivíamos mucho más
a gusto que cuando delinquíamos; nos sentíamos efectivamente mejor
con nosotros mismos (y es que no sabe el lector hasta que punto duele
y gasta dañar a los demás). En cualquier caso, no hablo de ésta
época para tratar de justificar mi vida ni para enseñar los pocos
días durante los que fui un hombre de bien, no. Hablo de estos días
porque fue entonces cuando mi alma, ya rota anteriormente, recordó
cada resquebrajamiento sufrido y cada dolor asimilado y acometido.
Bien, me centraré.
Yo nunca me esperé que pasará algo así, y esto es muy importante,
pues de haberlo sabido me habría marchado para siempre, para estar
solo y para no estar con nadie, pero no lo sabía. Acababa de volver
del trabajo y estaba exhausto. No es relevante de qué trabajaba.
Entré en la casa,
me senté en el sofá (que era el único mueble de la casa, donde
dormía, comía y veía pasar la vida) y me dormí. Eran las siete de
la tarde. Soñé algo erótico; no puedo recordar bien qué, pero era
algo erótico. Sí, estoy seguro, el sueño me era grato.
Evidentemente, ya no me acuerdo del color carmesí de las sabanas
del mundo onírico, ni puedo asegurar con seguridad que conociese a
la mujer a la que me tiraba; ni siquiera puedo jurar que soñara,
pero sí, estoy seguro, el sueño me era grato. Me era grato, como
grato me fueron el Tronko y el Varo. ¡AAAH! La amistad… ¿Qué
dios, clásico, moderno o inventado, podría siquiera soñar con
ostentar algo tan poderoso como la amistad? Ninguno. Puede el lector
quedarse extrañado, pero no he amado yo nunca a ninguna mujer igual
que amé a mis amigos, no. Habría matado, muerto y sufrido por
ellos, y sé que ellos también lo habrían hecho. Las vivencias que
viví con ellos, las traiciones que soportamos, los rezos que
conjugamos, las comidas que robamos y… y las personas que matamos…
todo ello nos unió, pero no formó nuestro amor. Nuestro amor se
forjó día tras día durante más de diez años. El último circulo
de Dante no podría jamás vernos, pues nos queríamos tanto, tanto,
que ni el más cruel Dios podría imaginar que nos olvidáramos.
Cuando me desperté,
vi a la mujer del Tronko llorando. Fíjense ustedes en que ni
siquiera tengo intención de decir el nombre de aquella señora.
¿Para qué? Bueno, ella estaba frente a mí, llorando, casi sin
poder respirar por lo exagerado del llanto, hasta que me vio
despertar. Entonces se quedó mirándome sumida en un silencio
sepulcral, mientras yo, medio dormido y extrañado, bostezaba y la
miraba sin verla. Se tiró encima mía, volviendo al llanto, y me
abrazó con fuerza. Yo ni siquiera sabía qué coño estaba pasando.
La puerta chocó con una fuerza horrible, y el Tronko entró hecho
una furia.
- Te amo, te amo.-
Me estaba diciendo su mujer mientras él partía la puerta.
Esto que voy a decir
también será muy cuestionado, sí. Lo que yo esperaba, recién
despertado y sin pensar, era que el Tronko largara a esa puta y se
olvidaría de ella. Es más, si yo hubiera sido el Tronko, en aquella
época, o tal vez un par de años antes, posiblemente la hubiera
matado con mis propias manos; yo esperaba que la agarrara de los
pelos, la llevara hasta otro barrio a patadas y empellones; yo
esperaba, en particular, que el Tronko comprendiera, pero no, no
comprendió… me abandonó, y el Varo también. Ambos me culparon de
lo ocurrido, y me dejaron solo. Y cuando digo solo, no me refiero a
‘’solo en casa’’, sino a ‘’solo en la vida’’. Todo lo
que viví con ellos quedó en el olvido en un segundo; en un
chasquido, el presente se volvió pasado y el futuro se hizo
incierto. Estaba solo, sin nadie, sin nada. Solo, abandonado, roto, y
sintiéndome muerto. Nunca más, nunca más volví a ver al Tronko, y
lo último que me dijo fueron palabras rotas de dolor y odio. Más
tarde, mucho más tarde, después de que la vida cambiara todo de
nuevo, volvería a ver a esta puta zorra, y la mataría, pero no
hablaré más de ella por el momento. Los sentimientos que el
abandono del Varo supuso en mí también serán tratados, pero no
hoy, no.
Sepa quien me lea que pasé más años en casa del Tronko que en casa
de mis padres, y que a día de hoy no recuerdo a quienes me criaron,
y sí a quien me abandonó sin motivo.
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