Tanto temí durante
tanto tiempo a la soledad, que cuando llegó no me di cuenta, sino
que seguí temiendo su llegada; cuánto tiempo pasé abrazándola
con miedo a su aparición no lo sabe nadie, y a nadie le debe
importar. Lo que sí ha de importar es cómo cambió mi existencia.
Tanto miedo me daba
estar solo que no pude ver que siempre había estado solo, y tanto
miedo me daba pensarme que nunca trate siquiera de pensarlo. Sí, me
he sentido roto, abandonado, asesino y asesinado, pero nunca pude
sentirme solo ni aun estándolo. Como la injusticia del juez, o como
el egoísmo del generoso o la pobreza del rico; como lo repugnante de
lo impecable y como el victoriosamente vencido; así vive el solo
acompañado, como el que en vida muere y el que en la muerte vive,
así subsiste el que vive en soledad sin conocer la soledad.
No puedo decir que
fuera más feliz entonces, pues estaría mintiendo. No puedo tampoco
pensar que en aquella época saliera yo de mi alienación, pues creo
que nadie abandona nunca la suya. Lo que sí sé es que me pensé a
mí mismo. Tarde mucho, mucho tiempo. Es más, aun a día de hoy sigo
haciéndolo, y creo que nunca dejaré de hacerlo. ¿Que cómo cambió
todo? Pues cambiando yo. Lloré largas horas por cada aberración
cometida innecesariamente, y también lloré por cada vivencia bien
vivida. Ni que decir tiene que no todas las lágrimas fueron de
llanto y dolor, sino que algunas fueron agradables a mis mejillas. Yo
no me arranqué los pelos ante la tragedia, ni manché mis uñas con
sangre de mi fina piel, no; eso sólo lo hacían los griegos; yo me
flagelé muchísimo más cuando me quedé físicamente solo: me pensé
a mí mismo.
¿Qué resultó?
Pues me es terriblemente complicado buscar las palabras adecuadas…
cuando comencé a intentar huir de la alienación, todo fue horrible
aun sin serlo. Cuando uno no puede dormir, no pasa nada, sólo tiene
que pensar, leer, fumar, beber, o hacer cualquier mierda entretenida
y descansada, que a la mañana siguiente estará bien. Sin embargo,
cuando alguien trata de dormir, no puede, y busca en sí mismo el
motivo del insomnio, uno se levanta cansado, maltrecho, deprimido e
irritado. La única forma de buscar qué te atormenta y sobrevivir es
encontrándolo, pero esto no ocurre, es más, no puede ocurrir hasta
que no buscas durante largo tiempo. No es como buscar una aguja en un
pajar, pues con un poco de ingenio y un imán das con ella; no, ni la
inteligencia ni ningún objeto puede ayudarnos a encontrarnos, sólo
el yo puede hacerlo, y el yo es cambiante.
¿Qué ocurre cuando
uno empieza a saberse? Pues muchas cosas, pero la llegada de la
felicidad no está entre ellas. Uno se sabe, se lee, se comprende, se
siente y se siente elevado, pero no es más feliz. La felicidad, en
definitiva, es para los idiotas y para los alienados, o al menos eso
encontré yo en mí.
En mi búsqueda tuve que comprender que cuando mis padres me daban
palizas no tenían ningún motivo, y tuve que darme cuenta de que
para mis amigos, los amigos que tanto quise y amé, yo no era nada.
Hube de saber que cada asesinato acometido me acercó más a mi
propia destrucción, y que nunca me recuperaría por ello. Tuve
también que entender que nunca había creado nada, y que
probablemente nunca lo haría, pues no soy nadie y nunca nadie
hablará de mí cuando sea polvo, huesos y tierra. Supe, incluso, que
nunca había amado de verdad a nadie, ni a mis padres, ni a mis
amigos, ni a mis novias, ni a mí mismo. Lo peor de todo fue sin duda
que aprendí que nunca podría amarme, y tal vez tampoco a ninguna
otra persona. Ojalá hubiese sido y fuera religioso y cristiano.
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