Último capítulo.
Son las cuatro de la madrugada, y un ataque de tos frenético acaba
de levantarme de la cama. La dificultad que encuentro para respirar
es inmensa, y apenas puedo escribir. Creo que llega mi hora, que
muero…
De nuevo la tos me ha atacado, y tras unos minutos insufribles he
vomitado sangre. Ahora me encuentro un poco mejor: me arde el pecho y
la garganta, pero la maldita tos me ha abandonado. Mi tembloroso
pulso apenas me deja escribir, y ahora recuerdos de dicha y dolor me
asaltan. Recuerdo tantas cosas…
Maldición, he
llorado quince minutos y me he quedado dormido. Son casi las cinco y
media. Sinceramente, me creía muerto. Estoy completamente seguro de
no haber soñado. Un grupo de chavales me ha despertado al huir de
unos policías. Malditos críos, van a obligarme a terminar mi
relato.
Espero que el lector
no me odie tanto como me odio yo, aunque creo que no es posible.
Tengo treinta y cuatro años, he matado, muerto, odiado y sentido; he
violado, humillado, traicionado y vivido, pero me temo que sólo me
puedo arrepentir de una cosa: tendría que haberme sabido antes…
Escribo
convulsionando mientras un último ataque de tos me asalta. La
sangre cubre el teclado de mi ordenador y mis manos. Marcho, por fin,
marcho. Ojalá hubiera salido el sol. Me hubiera gustado tanto volver
a ver el sol…
FIN.
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