Ciertamente, he de
irme a la cama, y no tengo la más mínima intención de narrar mis
años ‘’triunfales’’ en la calle, no. Sólo diré que durante
algún tiempo, tal vez demasiado, mis amigos y yo recibimos el máximo
respeto que uno puede encontrar en el lumpen y en la calle. Sí me
veo, en cualquier caso, necesitado de contar algunas vivencias que
nos cambiaron al Varo, al Negro, al Tronko, al Carlos y a mí mismo
para siempre.
Sepan que nuestras
reglas no eran las mismas que tenía la sociedad. Nosotros y quienes
nos rodeaban respetábamos cosas distintas a las que puede respetar
un médico, un barrendero, o cualquier persona de bien. Nosotros
respetábamos la fuerza, el engaño, la pericia, el furor de guerra;
respetábamos las armas, el fuego, la destrucción; temer, no
temíamos. Entiéndase, pues, que al poco tiempo de vivir así,
ninguno de nosotros encontraba problemas en hacer daño, sino que más
bien lo veíamos como algo normal, necesario y hasta beneficioso.
Esa era nuestra forma de vida. Hoy me odio por las cosas que hice, y
siento que jamás dejaré de odiarme.
No gusto de narrar
acontecimientos que destruyeron a mis mejores amigos, así que me
centraré en las cosas que yo mismo hice y que me partieron. Si Lord
Henry supiera como me refugio en la consciencia… ojalá muriera
mañana, y acabaran así mi infinito sufrimiento. Pero bueno, sepa el
lector que estas vivencias que me marcaron no fueron distintas a las
acometidas por mi banda.
Una vez, al filo de
una temida madrugada, mientras drogado y enérgico, en alegres
meditaciones atrapado, inclinado sobre un viejo y acabado agente de
policía, sonriendo, nada asustado, oyóse en mi cabeza un fuerte
‘bam’, como si suavemente terminara, terminara una vida humana.
- Ahora. - Pensé
musitando- ningún problema dará este poco corrupto policía. Dejad,
pues, que se pudra y muera, y así, vivir yo pueda en el goce y sin
tragedia; dejad que mate y no muera, y así, abandone yo mis pesares
y penas. Es sólo un muerto.
Lo que debí pensar
y no pensé fue ‘’y nada más’’, o ‘’nunca, nunca
más’’.
Ciertamente,
he de irme a la cama, y no quiero, no, no puedo seguir más. Los
recuerdos que me han asaltado escribiendo sobre aquella maldita,
inolvidable y larguísima época me hacen llorar, y no sé si mañana
podré siquiera continuar. Espero levantarme de otro ánimo; tal vez
sueñe algo bello, olvidado, querido; tal vez, tras una noche de
lágrimas y relámpagos, despierte sin pesar, feliz, y con ganas de
vivir. Sinceramente, lo dudo mucho.
Comentarios
Publicar un comentario