Bueno, lo que
aconteció entonces fue, cuanto menos, inesperado. Piensen que
nosotros, asesinos, teníamos al principio miedo tanto de ser
descubiertos por la policía como de ser atacados por los amigos del
proxeneta. No pasó ninguna de las dos cosas, sino que un montón de
personas, conocidas y desconocidas, empezaron a acercarse a nosotros
y a pedirnos y ofrecernos cosas. No tardamos en comprender: mucha
gente se había enterado de lo acontecido, tal vez incluso la
policía, pero lejos de albergar odio y sed de venganza contra
nosotros, todos parecían entre asustados y agradecidos. Piensen en
la locura que esto supone… unos niñatos, de dieciocho años el que
más, tenían el respeto y hasta el miedo de las gentes de calle; lo
habíamos conseguido quitando la vida, con astucia, con odio;
pensábamos, y con motivo, que nada ni nadie podría pararnos.
No voy a hablar del
tiempo que pasamos asustados, ni de cómo asimilamos nuestra nueva
situación, no; hablaré de seis meses después, cuando yo cumplía
los diecisiete años. Eramos ya unos chicos respetados y conocidos.
El negro tenía fama de fuerte, bueno y loco (todo verdad). El Varo
era conocido por ‘el sangre fría’; se decía de él que no se
podía saber qué pensaba o qué iba a hacer hasta que no lo hacía.
Más famoso y temido aún era el Carlitos, que se había convertido
en el jefe indiscutible de la banda por méritos propios. El Tronko,
por su parte, se hizo con el control del juego y del dinero que éste
producía. Por último, yo era llamado el ‘’asesino’’.
Otra cosa que es necesaria saber de esta época es que, llevados por
el malvivir constante y la necedad, la droga apareció, y con ella
todo lo bueno y malo que ésta trae. Acogimos en nuestras vidas, sin
dudarlo ni por un segundo, la cocaína, el juego, la prostitución y
la violencia. Ya he dicho que el Tronko se hizo con el control del
juego , y casi todo el que jugaba ilegalmente era gracias a él y
previo pago; el Varo, el sangre fría, se hizo cargo de todas las
putas del Kike. Esto que voy a decir es algo muy extraño: el Varo no
lo hizo por dinero, sino que se lo pidieron las putas. Muchas de
ellas lo conocían y lo sabían bueno, y en cuanto supieron lo
ocurrido con su antiguo proxeneta fueron a buscar al Varo para que
las protegiera él mismo. Así hizo él, bajando las cuotas que les
cobraban y ayudando como podía a aquellas pobres mujeres. Así fue,
al menos, al principio. Es interesante que aquellas muchachas fueran
al Varo; si hubieran sabido realmente qué paso con su antiguo
‘’jefe’’…
Creo haber dicho que el Carlos se hizo el jefe, pero no por
qué. Bien, el caso es que él fue quien se enteró de cuanto había
que saber para el asesinato que cometimos, y se dio cuenta entonces
de que, además del dinero, la información era un bien digno de ser
robado y usado. Así, pronto sabía él antes que nadie qué ocurría
en cada lugar y cómo solucionarlo; hasta las putas del Varo y los
jugadores del Tronko buscaban información ‘útil’ para pagar
deudas para las que no tenían dinero. El Negro se encargó de
contratar y echar gente. Sí, sí, contratábamos gente para
conducir, proteger, espiar, robar… y él era quien se encargaba de
ello. Yo, bueno, yo no tenía ningún oficio particular, o eso quería
creer yo. Todos en el grupo sabían que ahora disfrutaba leyendo y
aprendiendo, así que quedé como una especie de consejero. Sin duda,
el Carlitos me preguntaba a mí muchas veces cómo actuar, y todos
sabían de la utilidad de esta nueva y extraña característica mía.
Sin embargo, nadie fuera de nosotros cinco me conocía por eso, no.
Me conocían por lo que le hice al Kike y por los otros dos tontos
que hube de matar durante aquellos seis meses. Como ya he dicho
antes, yo era ‘el asesino’.
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