Pensad que no soy
muy listo, pero sabed que no soy tonto; si mi nombre no está aquí
escrito o dicho, es porque así lo he querido, y no por la mundana
estulticia que incluso al dios vacila. Mi edad no la puse por carecer
de importancia, pero ahora, para los acontecimientos venideros, es
útil y necesario que controléis el dato de mis años: doce tenía
yo cuando os hablé de mi tía, trece cuando me compraron el
F.I.F.A, y dieciséis cuando conocí a la chacha Nicolasa. Esta
señora, amable y simpaticona, era muy discreta, bella y traviesa;
debía ella tener unos dieciocho años, y esto era cuanto poseía.
Yo, como os podéis imaginar, estaba en mala época, y brotaban pelos
en lugares antes secos, y crecían elevadas posturas en ciertas
costuras. Sí, sí, hablo por supuesto del pene adolescente.
Para justificarme,
creo que debo decir primero que aquella moza, además de traviesa,
bella y discreta, tenía las tetas como dos cabezas, y el culo
prieto, apretado y voluptuoso como sueña cualquier mozo; su hijo, de
tenerlo algún día, mamaría ambrosía, no lo dudaba, así como
también quería yo chuparle ambas mamas. Además ella, al ser un
poco más mayor, creo que se daba cuenta de mis miradas indiscretas,
y cada vez que podía, y mis padres no estaban, se agachaba para
limpiar de forma escandalosa, y se mojaba, y se ponía a cuatro
patas. Yo, como ya he dicho, sentía crecer mi pito, y entonces
andaba doblado y jorobado, pensando que así la chacha Nicolasa no
notaría mi hombría.
Un día, después de
estar un rato mirándola, huí a hurtadillas hacia la cocina,
jorobado y empalmado, con sucios planes entre manos. En mi casa,
debido a mi mal comportamiento, no había pestillos ni cerrojos, así
que hube de tocarme con una mano y sujetar la puerta con el hombro.
Claro, el movimiento era compulsivo, y la puerto vibraba y hacia
ruido. ¿Cuánto tardó la chacha Nicolasa en darse cuenta de mi
estado? Supongo que a la cuarta zarandada sabía ella lo que tocaba.
La oí reír tras la puerta, y me quedé blanco; su risa, en verdad,
tuvo efecto afrodisíaco, y aceleré el rítmico ir y venir de mi
diestra mano.
Por un momento, noté
que trataban de abrir la puerta. Yo me encontraba en tamaña empresa:
terminar la paja antes de que entrará Nicolasa. ‘’Abre, niño
guapo, deja que te eche una mano’’ Decía la muy solícita. Yo,
erecto y sin sangre en el cerebro, no podía pensar si quiera que su
mano haría bien a mi trabajo, así que forcejeaba con ella, en
silencio, con una mano, mientras con la otra jugaba con mi rabo. De
repente, la oí decirlo: ‘’Niño guapo, que sé qué estás
haciendo, dejame entrar, que te ayudaré y te correrás’’.
Ante tales palabras,
incluso yo, niño virgen, me sentí entendido, y abrí la puerta
despacio. Ella, al verme pantalones abajo, con el culo fuera y en la
polla mi mano, se rió con fuerza y naturalidad, y cuando me vio rojo
y blanco, se ofreció a hacerme el sexo al estilo de lesbos. Sin
embargo, al verse arrodillada, comprendió que no era fácil lo que
tramaba: sin poder creerlo, comparó su brazo con mi brutal, ingente,
tamaño y desproporcionado miembro, y claro, no supo qué pensar;
realmente, su antebrazo era más fino que mi pito, y su mano apenas
circundaba el objeto, rebosante de juventud y deseo. Sus ojos
salieron de sus órbitas, y casi se le abrió sola la boca, pero
vaya, que mala suerte, llevaba como quince minutos tocándome, sin
poder correrme, y fue acercar el pito a sus labios y sentirme
desvanecerme.
No paso nada; no se
enfadó. Cuando acabé, mi pene seguía caliente, grueso e ingente, y
la tomé unas siete veces antes de que llegara mi progenie. Ay, ay,
cuando entraron en la cocina y la vieron a ella, de rodillas, toda
manchada de leche condensada, ¡los muy cabrones cogieron y me
echaron de la casa! Se quedaron, sin embargo, con sus servicios, y yo
fui el único que pago el polvo. Es más, ahora, cuando lo
pienso, sospecho, sospecho. ¿Me habrán echado por follármela, o es
que acaso se sintió mi padre celoso de compartir a la chacha
Nicolasa? No sé, no entiendo; desde luego, ahora pienso que no fui
el primero de la casa en sentir sus mamadas.
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