Tenía frío, mucho frío. No podía parar de moverme, ni parar
de pensar. Esperaba sentado en la cocina a mi madre, sólo a mi madre. La melena
me molestaba más que nunca, y aun sin que los pelos llegaran a darme en los
ojos no podía parar de mover la cabeza para tirar el flequillo de un lado a
otro. Mi madre se sentó; ella sabía que tenía algo terriblemente importante que
decirle. Tenía mucho frío.
-
¿Qué ocurre, hijo? –Me dijo visiblemente
afectada por mi estado.
-
Tengo que decirte algo, mamá. – Le respondí yo,
temblando.
-
¿Pero qué te pasa? ¿Es algo del cole? – Me
miraba sufriendo, pues sabía que lo estaba pasando mal, lo notaba, lo sabía.
Moví la cabeza sonriendo y conseguí pronunciar un ‘’ajá’’. - ¡Oh! Espera un
segundo. –Añadió mientras mi padre, con su uniforme militar, entró a por una
cerveza y se fue sin decir palabra. - ¿Es algo malo? –Siguió cuando se fue.
-
No.- Respondí lacónicamente y aún sonriendo.
¿Por qué diablos no podía parar de sonreír? Tenía mucho frío. Sufría mucho.
Mucho
-
¿Es algo tuyo, hijo? –¡Que afectada estaba! –¿Es
algo de tu personalidad? –Yo no paraba de mover la cabeza de un lado a otro; no
podía estar quieto. – Sabes, amor mío, alma mía, que no hay nada que puedas
decirme que haga que deje de quererte, ¿Verdad, amor? – Yo ya no podía parar de
dar pequeños saltos en la silla. ‘’Lo siento’’, ‘’lo siento’’, empecé a decir.
Poco a poco, la sonrisa se tornaba en ardientes lágrimas. Tenía mucho frío.
-
Pero hijo, ¿qué te pasa? –Parecía que iba a
echarse a llorar. ¿Es por qué eres gay?
-
Lo siento, lo siento. –Empecé a decir sin parar.
Noté sus brazos desnudos. ¡Que calientes estaban! Ella me abrazaba. ¡No pidas
perdón, hijo, no pidas perdón! Te quiero, te querré siempre, no pasa nada,
hijo. Siempre, siempre te querré. Hijo, te quiero.
Y lloré. Y ella me abrazó, y
aunque lloraba, ya no sufría, y mi madre también lloraba, pero ella ya tampoco
sufría.
Comentarios
Publicar un comentario