En la gran ciudad de Rípsa, pilar de la civilización y cuna
del conocimiento del imperio, los estamentos se dividen clara y
unilateralmente. En lo más bajo de la pirámide social se encuentran, por
supuesto, los esclavos. No había empresa más dura que dejar atrás la esclavitud,
pero siempre había algún valiente que lo conseguía; ni siquiera se les
considera hombres. Mucho más común era ver a un hombre libre pero pobre
venderse a sí mismo para asegurar la comodidad de sus hijos.
El eslabón más bajo entre los hombres libres lo ocupaban los
campesinos que vivían en los exteriores de las murallas. Tras ellos, el dinero
y sobretodo la familia, determinaba la situación social de cada quién. Los
adinerados, la baja nobleza, la nobleza media, la baja nobleza rica, y por
último, la alta nobleza.
Esta clasificación, sin embargo, no es unánime; no puede
serlo jamás. Es simplemente imposible encontrar una estructura divisoria
aceptada por todos. Así pues, había, hay y habrá siempre un grupo de personas
que disientan de las clasificaciones comúnmente aceptadas, ya fueran los
intelectuales, que organizaban su escala según el nivel cultural de cada uno;
los artistas, que únicamente podían ver superioridad entre un creador y otro; o
cualquiera con suficiente conocimiento personal para replantearse las cosas.
Hubo una vez, hace mucho tiempo, un
músico, un genio, de nombre Varo, que no
tenía en mente ninguna escala. Cuando miraba a alguien, él no veía a un
campesino, un noble o un rey, sino solo a una persona diferente a sí mismo. ¿ Y
su música? ¡Cómo era su música...! Jamás el mundo conocerá algo igual. Los más
pobres aplaudían entusiasmados cuando él les tocaba o cantaba, y la nobleza le
pagaba con la mayor generosidad jamás vista.
Era capaz de entrar en el alma de cualquier ser, de penetrar en ella y
de influirla tal como él quisiera. Podía infundir odio en el corazón, o ira, o
vergüenza, o amor.
No había instrumento que se le resistiese. El laúd, el arpa,
la zambomba... con cualquiera de ellos podía crear un sonido tan hermoso que
endulzaba el más corrupto de los ambientes, un sonido tan fluido como las aguas
mismas de un río, un sonido tan puro como el viento en una gélida cima... pero
lo más hermoso de todo era oírle cantar.
El músico podría haber juzgado a la gente por su bondad, y
entonces se hubiera tenido que conceder a sí mismo la cúspide de la sociedad,
pues no había corazón más piadoso y generoso. Aun cuando podía vivir
cómodamente con las propinas de los nobles, él lo hacía en la austeridad y regalaba todo cuanto tenía a
los más necesitados. También tocaba para
los que no podían pagar, y haciendo música para ellos era cuando realmente se
sentía pleno.
Una mañana fue invitado a ir a tocar para el mismísimo rey
Rodrick. Él no quería, pero la invitación no era tal, sino un comunicado: Aquel
día iría a tocar para el rey. Se levantó, aseó y dispuso en unos minutos y
después se dirigió a palacio. El camino era largo, pues vivía tras las murallas
de la ciudad y el palacio de Rodrick estaba en el centro mismo de ésta. Tras
casi treinta minutos de paseo, llegó a las Escaleras del Rey. Unos guardias lo
guiaron amablemente hacía dentro, donde lo esperaban los músicos más exquisitos
de la corte. Él los conocía a todos, pues aunque nunca había tocado para el
rey, si lo había hecho para muchos nobles, y sabía cómo habían obtenido su fama
muchos de aquellos músicos, pero no los juzgaba.
Todos en palacio lucían bellas ropas y copiosas joyas. El dorado
y purpura brillante de los músicos de la casa real eran los colores
predominantes, pero también se veía el blanco y negro de la casa Tlotr, el
negro y verde de la casa Silsus, y muchos otros colores de casas menos
notables. Varo era el único que no vestía ningún color.
El concierto fue majestuoso. Nadie había imaginado que un
solo concierto pudiera durar tanto y seguir siendo una constante obra maestra.
Los músicos se alternaban y acabaron tocando todos, aun siendo más de cien.
Cada uno tocó sus mejores temas, y con todos ellos alguien lloró de emoción. Entonces,
cuando el noble público estaba exhausto y al límite, cantó Varo. al verlo, los
presentes empezaron a cuchichear: ''¿Qué hace ese? Parece un campesino'' '' No.
Parece un esclavo.'' ''Shhh. Callar. Este es el mejor.'' Y entonces cantó. No
hubo nadie en palacio que no derramara copiosas lágrimas de pena, lástima, y
amor; ni el más arrogante de los nobles, ni el más bravo de los soldados, ni siquiera
el mismísimo rey, pudieron aguantar hasta el final sin derrumbarse.
Por mediación del sobreano, el gran maestro de la música
quedó enriquecido hasta más no poder, se le asignó una de las mejores
habitaciones de palacio, justo junto al rey, y se le ofrecieron varias
doncellas nobles para casarse con él. Quiso entonces desestimar todos y cada
uno de los favores, pero no le fue posible: lo obligaron a casarse y a vivir y
comer junto al rey a cambio de cantar para él.
Ahora comía los mejores manjares, convivía con las más
exquisitas compañías, y dormía junto a una hermosa y fragante joven noble de
alta cuna. Sus hijos nacerían con un titulo y un futuro garantizados... pero
ahora él no era feliz.
Se escapaba muy a menudo con ropas robadas, y se las
regalaba a los más pobres para que estos las vendieran. Lo pillaron muchas
veces, pero siempre le perdonaron sin dudarlo, pues el dinero hurtado era
mínimo para la realeza, y además a Rodrick le parecía algo bueno que su músico
fuera tan piadoso. También lo dejaba el rey ir a ver a los mendigos y tocar y
cantar para ellos.
Su mujer era tan buena y sincera como hermosa, o al menos
eso parecía. Los momentos que Varo pasaba junto a ella eran preciosos y
placenteros, pero el músico no terminaba de amar a Lybya, pues le había sido
impuesta y esto no podía olvidarlo por mucho que ella se esforzaba. Un día,
descubrió que lo engañaba con un soldado, pero lejos de enfadarse la felicitó y
prometió ayudarla a mantener su relación en secreto, pues ese es el único amor
posible: el que uno elige. No ama uno nunca a quien gusta, sino solo a quien
ama.
La mañana del día de su muerte, mientras paseaba por palacio,
Varo se encontró con un grupo de soldados que llevaban ante el rey a un pastor
que éste conocía: era padre de dos hijas abandonadas por su auténtica familia...
el pobre detenido tenía uno de los corazones más grandes y nobles que jamás
hubiera conocido nuestro músico, pero lo arrastraban de mala manera por los
suelos, como si de un pagano se tratase. Siguió a los soldados hasta la sala de
Rodrick, y allí encontró al rey muy
borracho y dando gritos energéticos, no de lástima o ira, sino de satisfacción
y bravuconería. Le presentaron al pastor, quien resultó haber sido visto
hurtando joyas a un noble de alta cuna. El rey no estaba en condiciones de
llevar el juicio, pero aun así, decidió hacerlo. Escuchó al acusado, que pidió
clemencia y aseguró que lo único que quería era dar de comer a sus hijas, y que
no iba a robar joyas, sino que solo suplicaba por algo de dinero... Entonces el
noble acusador habló. ''Rodrick, no
sé que quería este bastardo, no creía que hiciera otra cosa que pedir limosna,
pero tocó a mi esposa.'' El rey rió estruendosamente. ''Maldita sea. ¡La
tocaste, maldita escoria!'' Bramó. ''No...no lo sé...'' susurró el pastor
llorando. ''¿Qué haces, estúpido? ¿Crees acaso que te perdonaré por llorar?
JAJAJA, ¡llorar será tu muerte! ¡¡Colgadlo!!
Y entonces sus armas Varo cantó: ''¿ Acaso, oh, rey Rodrick,
un Dios te ha puesto aquí para hacer tu voluntad? Jamás vi un alma tan
corrupta... tan putrefacta, como es la tuya. No a otro sitio sino a los
infiernos te llevan tus actos, y lejana ya se me antoja tú salvación. Mas por el
arte juro aquí y ahora que oirás mi canción. '' Y Varo entonó entonces su
último y más triste cantar.
El cantar más hermoso seguro..
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