La consciencia: el refugio de los cobardes, decía Henry.
¡Qué hombre tan grande! Era ávido e inteligente como nadie, y nunca supe de
otra persona capaz de leer la vida con la facilidad y claridad con la que él lo
hacía. Sabía lo que nadie sabe: se conocía a sí mismo y, por extensión, comprendía
el mundo entero.
Durante muchos años, tal vez demasiados, me pegué a él y
saqué provecho de sus enseñanzas; con él, todo se veía completamente distinto
pero, sin embargo, mucho más claro y evidente. Sus explicaciones de la vida, a
priori incomprensibles e irritantes, no dejaban de causar en mí gran inquietud,
y tras meditaciones extenuantes acababa viendo la realidad como decía Henry.
Él era sabiduría, experiencia, claridad, felicidad; pero
también otras muchas cosas que me resultaría imposible de describir, pues no
tengo su grandioso uso de la prosa, pero seguro que todo el que le haya
conocido sabe perfectamente de lo que estoy hablando.
Tras largas décadas junto a él, finalmente empezó a serme
molesto, tanto él como la mayoría de sus afirmaciones. Siempre tan superior,
siempre tan sonriente. Lo alineé con el diablo, y al poco comprendí lo cerca
que estaba Henry de él. Tan cerca, pero tan lejos... ¿Cómo podía la máxima
expresión de la sabiduría que jamás hubiera visto ser tan diabólico en sus
pensamientos? ¿Cómo había yo tardado tantísimo en darme cuenta de la realidad?
Tales preguntas abordaron entonces mi mente día y noche, no dejándome siquiera
descansar.
No fue cosa de un día o una semana; todo intento por datar
la fecha de mi cambio es vano e inútil, pero finalmente me vencí a mí mismo y
me decidí a dar muerte a Henry, al diablo. No era esto cosa fácil. No por ser
diablo, ni por ser sabio, sino por ser parte de mí. Así, acabé con él.
Ahora, enloquecido y tremendamente acobardado, no hago sino
imaginar una vida con Henry. Ya ni sé ni me pregunto si estaba loco entonces,
cuando le maté, o si estoy loco ahora, que ni duermo, ni como, ni amo, ni
siento. Solo un pensamiento me asalta la cabeza día y noche constantemente:
prefiero morir mil veces por mi mano a haber sufrido una vida sin Henry.
Si no has leído el tercer hombre de graham green, hazlo identificaras este texto en algunos sentidos con las palabras y vivencias de Rollo Martins.
ResponderEliminarMil gracias.
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