No
sé cuántas noche pasé sin dormir, y no puedo acordarme de cuánto
sufrí. Desde luego, nunca me recuperé, y desde que me supe la vida
se convirtió en un suplicio. No fue porque saberse a uno mismo te
destruya, sino porque yo, con las cosas horribles y deleznables que
había hecho, por el amor que siempre anhelé y nunca tuve, y por las
estúpidas traiciones que varias veces había roído, al saberme me
supe horrible. Me supe un ser deleznable, asqueado, olvidado y nunca
querido, y además me supe merecedor de todo ello.
Sé que desde
entonces todo cambió. Dejaron de interesarme por completo las
idioteces que siempre me habían interesado, y empecé a vivir por
primera vez. Pensaba qué quería, y luego lo intentaba conseguir
usando los medios que yo quería usar; indagaba por qué lloraba, y
al descubrirlo me sentía algo mejor y me podía dar consuelo; en
definitiva, viví, y yo nunca antes había vivido.
Al contrario de lo
que se puedo uno imaginar, al buscar en mí no hallaba deseos de
encontrar compañía y abandonar mi soledad, sino más bien al
contrario. Consideré los mejores momentos de mi vida aquellos que
pasé solo, leyendo, fumando, riendo y llorando, y acabé sólo
buscando esos momentos. Un insensato diría que desde entonces mi
vida fue feliz, pero eso es una memez; simplemente mi vida fue.
Me
temo que estoy débil. No como desde que comencé a escribir, y creo
que no me queda mucho tiempo. Aún es de día, pero he de irme a la
cama. Espero despertar mañana.
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