¿Qué no daría yo, por regresar atrás, y vivir el Medievo? Y
no sería en busca de la felicidad, sino para buscar una verdadera forma de
vida; una vida que permita vivir y amar según como manda el mundo, y no como
dicta una sociedad.
Andar por un camino de piedra y tierra, y no poder descansar
hasta alcanzar tu destino; no poder sentarse y esperar dormido a que el viaje
acabe. Tener que hablar para preguntar, saber que para odiar, primero es
necesario conocer al odiado. Que no me digan, sin darme yo cuenta, lo que debo
hacer, sino poder elegir mi sino, aunque éste esté formado por trabajos y
suplicios.
Arrodillarme, de ser necesario, ante mi rey; hacerlo
porque él tiene el poder, y porque igual que hoy otros heredan dinero, él
heredó su poder, y tristemente el humano siempre es injusto y cruel. Poder algún día, si mi dios me es propicio, armarme como
caballero, y jurar proteger, amar y defender; en definitiva, vivir la vida que
a día de hoy imagino, vivir la única vida por la que yo cuanto tengo daría.
Y si he de morir... ¿Qué es la vida? Algo siempre efímero,
leve, alado; algo que se escapa dando igual el mundo donde vivamos. Porque
morir temprano, si has vivido, es mejor que morir tras una larga vida no vivida. Estar frente a un
ser querido, ambos armados, enfrentando a un digno adversario; vivir la cruel
guerra como ésta ha de ser vivida: no desde mi hogar, viendo las bombas caer,
sino estando al pie de la montaña, desviando lanzazos y esquivando las afiladas
espadas, ensangrentado, con los miembros agotados, gritando; gritando por mi
tierra, por mi familia, que si caigo caerá, y por tierras, que si muero sin
duda quemarán.
Saber que leer es un lujo, he intentar aprender. Porque en
mi mundo, la gente piensa que solo por saber leer y escribir, saben realmente
leer y escribir. Saber que el más fuerte y aventajado tiene ventaja sobre los
demás; saber que el más diestro será laureado, no por lo que tiene, sino por lo
que es y será.
Sudar, y comprender que lavarse cuesta, que no puede hacerse
a diario. Comprender que el agua vertida ha de ser primero recogida, y que el
pedregoso camino a andar es difícil de recorrer. Y durante el viaje de vuelta,
portador de cubos de agua, comprenda que de sufrir un tropiezo, mi trabajo
habrá sido en vano y que otra vez el camino habré de recorrer, cargado,
sangrante y cansado. Sí, comprender así el valor del agua y del esfuerzo; salir
así de este letargo enfermizo que, si no me oprime, me engaña, ciega y atormenta.
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